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La batalla de la vida. Charles Dickens.


El enorme éxito que Dickens había cosechado con sus libros de Navidad los años anteriores le llevaron a publicar una nueva novela corta en 1846. Se había convertido ya en una tradición y el autor no podía faltar a su cita anual.

Después de Canción de Navidad (1843), Las campanas (1844) y El Grillo del Hogar(1845), llegó La batalla de la vida. Una historia de amor(1846), que junto al posterior El hechizado (1848), completaría los llamados Cuentos de Navidad que se recopilaron en 1852.

La batalla de la vidala escribió en Suiza, en una época en la que el país vivía inmerso en batallas religiosas y, aprovechó para criticar las guerras y calificarlas de absurdas. Al autor le parecen más importantes las batallas del día a día, los sacrificios personales y actos de heroísmo de la gente corriente en el devenir de la vida y así lo pone en boca de sus personajes.

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"Cuentos de Navidad".
Edición conmemorativa del bicentenario de Dickens.
Ilustración de "La batalla de la vida" por Javier Olivares.
Fotografía gentileza de Ángeles.

De nuevo el tema del hogar, la familia, el amor, el reencuentro y el perdón se dan cita en esta obra, pero ya no queda rastro de la feroz denuncia social que destilaban Canción de Navidad y Las campanas. Además, esta historia se desarrolla a lo largo de varios años, con lo que solo una escena está ambientada en Navidad.

Falta aquí uno de los elementos favoritos del autor: lo sobrenatural. Aunque le había dado muy buen resultado en sus obras anteriores, donde los fantasmas, duendes o hadas habían poblado las historias desencadenando la trama o dando un giro argumental de vital importancia, decide no incluirlo en La batalla de la vida. Esto resulta perjudicial, como el mismo Dickens reconoció tiempo después.

La obra vendió más de 20.000 ejemplares el día de su publicación, precisamente por el interés que tenían los lectores por continuar la nueva tradición de un cuento dickensiano cada Navidad, pero la obra no colmó las expectativas del público y la crítica le fue desfavorable. Las ventas cayeron rápidamente y la novela fue olvidada en poco tiempo, convirtiéndose en uno de los libros menos conocidos de Dickens.

La historia comienza como los cuentos clásicos: hace mucho tiempo. Y es que hace mucho tiempo, en un lugar rural de Inglaterra, hubo una batalla histórica que tiñó la tierra de sangre. Los combatientes ni siquiera sabían por qué luchaban, pero se dejaron la vida en aquella guerra. Allí, en el campo de batalla, quedaron cientos de cadáveres de hombres y caballos que los vientos barrieron y el tiempo enterró. Pasaron los años y volvió a crecer la hierba, volvieron a sembrarse cosechas que los habitantes del pueblo miraban con recelo. Cada cierto tiempo, el arado tropezaba con vestigios de la contienda, cascos o escudos. Los relatos se transmitían de generación en generación, pero cada vez eran más cortos y parcos en detalles, hasta que se borró toda memoria de lo acontecido y si, alguna vez, aparecía un trozo de metal oxidado, nadie sabía qué podía haber sido o que utilidad había tenido en el pasado.

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"La batalla de la vida". Edición de 1866.
Ilustrador C. Standfield.

Sobre aquel antiquísimo campo de batalla se levanta la casa y el huerto del doctor Jeddler, un gran profesional que tiene una particular filosofía de vida: afirma que la existencia no es más que una farsa que hay que tomarse a broma. El viejo viudo vive con sus dos encantadoras hijas, Grace y Marion, y sus dos sirvientes Clemency Newcome y Ben Britain. Clemency, también tiene su curiosa forma de ver la vida y esta se limita a seguir los lemas que llevan escritos su antiguo dedal, “olvida y perdona” y su rallador de nuez moscada, “haz lo que quisieras que te hicieran a ti”.

Grace, la mayor de las hermanas, pese a llevarse pocos años con Marion, ha cargado sobre sus hombros la responsabilidad de criarla como si fuera su propia hija y le profesa un amor incondicional. La jovencita Marion, corresponde a Grace con el mismo fervor y admiración. No hay dos hermanas en el mundo que se quieran tanto como las hijas del doctor Jeddler.

Es el día del cumpleaños de Marion, y las dos muchachas bailan con la música de los artistas que ha contratado su prometido, Alfred Hearthfield. Alfred ha sido pupilo del doctor Jeddler, pero ahora tiene que ausentarse tres años para terminar sus estudios de medicina en el extranjero. Acaba aquí la misión de administrador de la herencia que los padres de Alfred habían encomendado al doctor Jeddler y los abogados Snitchey y Craggs estan presentes para la firma de documentos.

El médico recuerda que tal día como aquel se libró allí mismo, hacía mucho tiempo, una absurda batalla. Alfred afirma que el verdadero campo de batalla es la vida y donde hay que luchar cada día. Después se despide de todos, dejando a Marion bajo los cuidados de Grace, a la que llama hermana, y promete volver para casarse con la jovencita.

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Grace y Marion según ilustración de
D. Maclise para la edición de 1866.

Pasa el tiempo y en el despacho de Snitchey y Craggs se encuentra el señor Michael Warden, que hasta el momento había llevado una existencia disipada y derrochadora. Pero el señor Warden está decidido a reformarse y empezar una nueva vida en el extranjero con la mujer a la que ama. Ante el asombro de los abogados, confiesa que se ha enamorado de Marion y que se las ha arreglado para pasar seis semanas alojado en su casa reponiéndose de las, sospechosamente frecuentes, caídas de su desbocado caballo. Alberga esperanzas de que la muchacha esté arrepentida de su compromiso con Alfred y decida marcharse con él. Los abogados se indignan ante los propósitos de Warden, pero resuelven guardar silencio.

Una noche Clemency descubre a Marion hablando a escondidas en el jardín con Warden, pero decide no delatarla ante su familia.

El doctor Jaddle prepara una gran fiesta de Navidad para celebrar el regreso de su futuro yerno. Hay comida, música, luces, adornos y multitud de invitados, entre los que se encuentran los abogados Snitchey y Craggs que ya respiran tranquilos al creer que Warden se ha marchado al extranjero renunciando al amor de Marion.

Alfred llega de su largo viaje en el mismo momento que un grito desgarrador sale de la casa. Es Grace que corre aturdida y desesperada. Cuando Alfred la toma entre sus brazos y le pregunta qué ocurre, la joven cae desmayada. El doctor Jaddle trae una carta en sus manos: Marion se ha fugado, pide perdón y suplica que se respete su decisión inocente e irreprochable. Alfred ve caer la nieve mientras piensa lo pronto que se borraran las huellas de Marion y quizá su recuerdo.


No será hasta seis años después cuando todos conozcan el acto de sacrificio personal y amor incondicional que llevó a Marion a alejarse de su casa y de las personas que más quería... 



El hechizado. Charles Dickens


Como ya hemos visto, el cuento navideño más famoso de todos los tiempos, Canción de Navidad, lo escribió Dickens en 1843, seguido de Las campanas (1844), El Grillo del Hogar(1845) y La batalla de la vida(1846). Durante cuatro años consecutivos apareció en las librerías una obra navideña de nuestro autor. Se había convertido en una tradición propia de las fechas, algo que añadir a esas fiestas que, precisamente él, había ayudado a revivir cuando estaban cayendo en el olvido. Dickens era parte de la Navidad, como ya contamos aquí.

Cada mes de diciembre el público esperaba con ilusión una nueva novela suya y no faltó ninguno de esos años. Pero tampoco faltaron imitadores que intentaron emularle. Las librerías se llenaron de cuentos navideños de otros autores que no consiguieron alcanzar el éxito que solo Dickens había logrado.

Pero él sabía bien lo que era trabajar contrarreloj, estar inmerso en una gran novela y tener que sacar tiempo para crear un cuento navideño a la vez. Y fue por eso que en diciembre de 1847 no salió a la venta ninguna obra suya. Fue el año en el que estaba escribiendo Dombey e hijo y necesitaba concentrar toda su atención y creatividad en ello.

No fue grato para el público prescindir de un nuevo cuento de Navidad de Dickens, pero tampoco lo fue para él que, según sus propias palabras, se sentía “dolido por perder el dinero, pero aún más por dejar un vacio en las chimeneas navideñas que se suponía que debía llenar”.

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https://en.wikipedia.org/wiki/Charles_Dickens
"El sueño de Dickens" de Robert William Buss.
Ya tenía la idea en mente, algo muy “fantasmagórico y salvaje”, como contó a sus amigos, pero no fue hasta 1848 cuando escribió El hechizado y el trato con el fantasma. Efectivamente, lo sobrenatural juega un papel indispensable en el argumento de la obra y es un elemento que Dickens considera fundamental. Estaba tan presente en sus obras como los temas de la familia, el amor o la reconciliación que hoy juzgamos típicos de las fechas. Ya había probado a suprimir toda intervención sobrenatural en La batalla de la vida con pésimos resultados.

Con El hechizado iba a llegar más lejos que con Canción de Navidad en la presentación cruda de un protagonista solitario y aislado, un espectro aterrador, una familia pobre en dinero pero rica en amor y un niño salvaje que vuelve a encarnar la Miseria y que ni siquiera tiene nombre. Regresa el Dickens reivindicativo, que defiende a los pobres, que quiere agitar conciencias, que habla de la tristeza y que pone, como eje central de la historia, los recuerdos dolorosos. Este último era un tema de vital importancia para él, ya que consideraba que la Navidad era la fecha propicia para recordar y quiso alertar en esta obra, especialmente religiosa, del peligro que entraña renegar de los recuerdos dolorosos e intentar relegarlos al olvido.  Si a algunos lectores les asustan los fantasmas de Canción de Navidad o la dureza de los hechos narrados en Las campanas, les estremecerá El hechizado.

El hechizado no consiguió repetir el éxito de Canción de Navidad, Las campanas o El Grillo del Hogar, pero tuvo mejor acogida que La batalla de la vida. Y, aunque la crítica reconoció la maestría de Dickens en los retratos de los niños, la mayoría juzgó la novela como demasiado metafísica y un tanto inconexa.

En 1849 no salió ningún otro cuento de Navidad, ya que Dickens estaba totalmente centrado en su famosísimo David Copperfield, pero no se olvidó del tema y desde 1850 publicó relatos y números especiales navideños en sus revistas Palabras de andar por casa y Durante todo el año.

En 1852 se recopilaron los cinco cuentos que escribió entre 1843 y 1848 bajo el título Cuentos de Navidad.

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Portada de una antigua edición
 de "Cuentos de Navidad".
Foto gentileza de Ángeles.

Todo el mundo decía que Redlaw estaba hechizado. Era un reconocido profesor de química, de aspecto sombrío y taciturno. Su casa, antaño una gran fundación para estudiantes, se había ido vaciando de objetos y de vida quedando aislada, oscura, lóbrega, repleta de ecos terroríficos y sombras fantasmagóricas.

La historia transcurre durante la época navideña. Redlaw permanece retirado en sus aposentos que se asemejan más a una cripta que a un laboratorio. William, el conserje, le lleva la cena y le da algo de conversación. Tras él entran su padre y la humilde y bondadosa Milly, esposa de William. Hablando con el viejo Philip, Redlaw reflexiona sobre el paso del tiempo y la suma de más recuerdos dolorosos que se convertirán en un tormento hasta que la muerte los borre. Pero el viejo Philip no está de acuerdo con su patrón, pues a sus ochenta y siete años goza de una memoria extraordinaria y no desea olvidar nada, ni siquiera los recuerdos más terribles porque solo con ese dolor presente en el corazón ha podido disfrutar más de los momentos felices y alegres de su vida. Y para finalizar con sus reflexiones, le menciona a Redlaw el retrato de uno de los fundadores de la institución que cuelgan en el gran salón, bajo el cual hay una inscripción en antiguos caracteres ingleses que reza: “¡Señor, preserva mi memoria!”.

Milly le cuenta a Redlaw que ha recogido a un estudiante muy pobre, que está enfermo, solo y abandonado, y lo ha alojado en el piso superior de la modesta casa de los Tetterby, una familia numerosa, que se ocupa de él cuando ella no puede cuidarlo. Su patrón se interesa por el estudiante, le ofrece dinero y se dispone a ir a visitarlo. Pero Milly se lo impide asegurándole que el joven ha prohibido expresamente que él acuda a verlo o lo ayude de algún modo. Luego William relata a su patrón como Milly ha encontrado en el umbral de la puerta a un niño semejante a un animal salvaje y lo ha dejado junto a la vieja chimenea, hipnotizado con una lumbre que parecía no haber visto nunca.

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http://www.victorianweb.org/
El fantasma se aparece a Redlaw en
 "El hechizado".Edición de 1848
ilustrada por John Leech.
Cuando Redlaw se queda solo en la habitación, las sombras se condensan tras él y en un proceso fantasmal, un aterrador espectro surge de la nada. El espíritu es una espantosa imagen de sí mismo, con idénticos rasgos y ropas, pero aún más lúgubres y terribles. Apoyándose sobre el respaldo del sillón de su doble humano, con la confianza de haberlo visitado en más ocasiones y de ser su pavorosa compañía, comienza a rememorar, junto al profesor, su pasado. Redlaw fue abandonado en su primera juventud por unos padres que pronto dieron por cumplidas sus obligaciones dejándolo en la miseria. Tan solo el cariño de su hermana, por la que sentía una gran devoción, lo sostuvo para trabajar duro y salir adelante. Estudiaba sin descanso para ascender cada peldaño, para triunfar y reunir el dinero suficiente para darle la vida que ella merecía. En el camino conoció la amistad de alguien en quien depositó toda su confianza y cariño. Entonces, sabiendo que su hermana se había enamorado de su mejor amigo, Redlaw imaginó un futuro juntos, rodeado de sus sobrinos y siendo todos felices. Pero el destino quiso que su amigo lo traicionara y conquistara a su hermana para él, la alejara y ella muriera. Por eso Redlaw se convirtió en un hombre desdichado y sombrío, torturado por los recuerdos de su infortunio.

El fantasma le ofrece utilizar sus poderes para hacerle olvidar su pesar y su mal, suprimir sus recuerdos dolorosos y todo lo que tenga que ver con ellos. El profesor duda, pero acaba aceptando el trato. Al momento descubre que el don que le ha sido otorgado deberá otorgarlo a su vez a cuantos encontrara.

Un instante después de que el fantasma desaparezca, un grito horrible resuena en el pasillo y Redlaw descubre una especie de gato montés, salvaje, agazapado, sucio, harapiento y herido que no es otro que el niño que Milly recogiera esa tarde. Un pequeño de seis años que no tiene nombre, ni sabe lo que es vivir, ni ha recibido un ápice de caridad en toda su existencia.

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"El hechizado"
Edición conmemorativa del
bicentenario de Dickens.
Ilustración de Javier Olivares.
Foto gentileza de Ángeles.
Al día siguiente el químico acude a casa de los Tetterby para visitar al estudiante enfermo. No sabe de qué forma se contagiará su don, que él ya comienza a ver como una maldición, e intenta no tocar a nadie. Pero todo es inútil, pues el matrimonio Tetterby y sus hijos comienzan a tratarse con desprecio y furia: al haber olvidado los tiempos de privaciones y penurias, también han olvidado el amor y la unión con los que habían logrado sobrellevarlos.  Redlaw se siente más amargado y rabioso que nunca así que, al descubrir que el estudiante no es otro que su propio sobrino, le desea la muerte. El muchacho, aterrado, es consciente de su propia transformación y le ruega que le libre de la maldición y le devuelva a sus ser. Pero todo es en vano y ya no puede evitar tratar mal a Milly cuando ésta acude a verlo y le dice que si no fuera por la enfermedad y los pesares que está viviendo ahora, nunca valoraría el bien que hay a su alrededor.


Horas después Redlaw tropieza, sin querer, con William y su padre, que inmediatamente empiezan a menospreciarse y ofenderse. El profesor descubre horrorizado como Philip pierde su preciada memoria. Lo único que le queda por hacer es esconderse de la bondadosa Milly, porque ella es la última persona a la que querría contagiar su maldición y suplicar al fantasma que le libere de transmitir el don que le ha otorgado…

Hechos reales: en el autobús (tercera parte)


Cuando hay acontecimientos o festividades que concentran gran cantidad de personas en el mismo lugar y que imposibilita que los que acostumbran a llevar el coche a todas partes encuentren aparcamiento, se suele optar por el transporte público. Solo entonces somos plenamente conscientes de que hay mucha gente que no sabe montar en autobús. Ya habíamos hablado de esto anteriormente, pero es que de nuevo, hace unas pocas semanas me quedé de piedra al ver el comportamiento y las conversaciones de mis compañeros de viaje. Parece imposible que alguien no sepa cómo utilizar un autobús, no sé si es que yo lo cojo todos los días, pero no creo que sea tan difícil mirar el mapa de la parada, o la aplicación del móvil para ver qué autobús lleva al centro de la ciudad (que normalmente es el final del trayecto y viene escrito en la marquesina o en el propio vehículo) o, en su defecto, preguntar al conductor si pasa por donde quieres ir. No es tan difícil (si tienes suficiente dinero, claro) pagar el billete, sentarte en un lugar o quedarte de pie sujeto a la barra, leer los carteles que indican cosas como prohibido comer y beber o que no se da cambio de más de 5 euros.

Las pasadas navidades los autobuses iban repletos, y entre los muchos usuarios, se encontraban también aquellos que habían viajado poco (o nada, quizá fuera su primera vez) en este medio de transporte.



Una señora consiguió un buen lugar y le indicó a su nieta que se sentara junto a ella. A lo que la niña con mucho desparpajo y alegría respondió:

-No, abuela. Yo no me siento. La ilusión de mi vida siempre ha sido ir de pie en un autobús.

¡Vaya! Sus padres no debían saber que su hija tenía ese anhelo por una cosa tan fácil de conseguir, si no le habrían regalado un billete de autobús antes ¿o no?


Otra abuela pagó con su bonobus y saludó a la conductora del vehículo, el chiquillo de unos tres años que llevaba de la mano, miró fijamente a la muchacha y preguntó:

-¿Las mujeres saben conducir?

-Claro que saben- contestó la señora mientras lo empujaba hacia el interior del autobús.


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https://pixabay.com/es/photos/transporte%20p%C3%BAblico/?&pagi=2
Buscó donde acomodarse, pero solo consiguió ese par de asientos que quedan de espaldas y que son los últimos en ocuparse porque mucha gente se marea. El niño al ver que iba de espaldas no tuvo otra ocurrencia que preguntarle a su abuela por qué íbamos marcha atrás. La mujer le explicó que no era el autobús el que iba marcha atrás, sino que eran sus asientos los que estaban de espaldas, pero el pequeño no lo entendió a la primera. Luego se asombró al ver pasar escaparates.

-¡Mira, mira!

-Son los escaparates de las tiendas.

-¿Qué son escaparates?

Y su abuela, con paciencia, se lo explicó.

-Abuela, tú sabes muchas cosas…

-Porque yo he vivido muchos años. Cuando tú te vayas haciendo mayor irás aprendido tantas cosas como yo.

-Y esa gente que va andando por la calle… ¿se han perdido?- volvió a preguntar.

-No, no se han perdido. Están paseando.

El chiquillo siguió viendo pasar escaparates adornados de Navidad y concluyó que ya habían empezado las fiestas y se pasó el resto del viaje cantando villancicos. Demasiados “peces en el río” para mi gusto.

Debió ser un día muy emocionante para el niño, porque no paraba de saltar de sorpresa en sorpresa, lástima que, seguramente, ya lo habrá olvidado.


Aparté la mirada del pequeño cantante y me fijé en una mujer que iba con su hija, ya mayorcita, manteniendo una asombrosa conversación.

-No, los Reyes no te van a traer tantas cosas. Si te hicieran muchos regalos otros niños se quedarían sin juguetes- respondió la madre a la que, seguramente, sería una larga retahíla de peticiones.

-¡No son muchos!- exclamó la hija pensativa - ¡Estaría bueno que a mí solo me trajeran una cosa y a los demás niños un montón!

-Los Reyes saben lo que tienen que regalar a cada uno. A todos igual… más o menos.

-¡No, a todos igual, no!- se quejó la niña – ¡A los que no se portan bien, no!

-Los que no se portan bien están en la lista negra de los Reyes… Y estar en la lista negra… ¡Es estar en la lista negra!


En una de las paradas un hombre subió al autobús e intentó pagar con un billete de 10 euros. La conductora le indicó que el reglamento establecía como máximo el pago con un billete de 5 euros y que ella no tenía cambio suficiente, por lo que el señor bajó del autobús y nos pusimos en marcha de nuevo.

-¡Qué poca vergüenza!- exclamó indignada una mujer a mi espalda - ¡No se puede consentir que esta tía no haya dejado al hombre subir al autobús!

-Le ha dicho que no tenía cambio de 10 euros- respondió la amiga.


-¡Qué barbaridad! ¡No permitir pagar con un billete de 10 euros! ¡Y él se ha bajado! ¡Yo no me bajo!- gritó enfadada - ¡A mí no es capaz de hacerme eso! ¡A mí me cobra o me lleva gratis, pero nunca consentiría en bajarme! ¡Me tendrían que bajar a la fuerza!


¿Ropa apropiada?


Hay cosas sencillas, del día a día, costumbres que se dan por válidas pero que son un sinsentido. Y es de una de esas cosas, aparentemente sin importancia, de la que quiero hablar hoy.

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Estos días pasados en los que ha habido tantas celebraciones, fiestas de Navidad y cotillones de fin de año, se ha repetido la misma historia de forma invariable. Las tiendas se llenaron de ropa elegante, de vestidos de fiesta y de tacones de altura vertiginosa. Las prendas de brillos, terciopelo, colores irisados, pedrería y lentejuelas colgaban de los percheros como reclamo, para hacerte entender, nada sutilmente, que esa es la ropa apropiada para una mujer en esas celebraciones. Claro, es de lo más femenino ir con escote palabra de honor o tirantes, vestiditos minúsculos, minifaldas, medias de seda y tacones imposibles en diciembre o enero, en el hemisferio norte, donde suelen alcanzarse temperaturas bajo cero. Es tan femenino, tan aceptado socialmente y tan generalizado que la mujer siempre tenga que someterse al dictamen de la moda, donde muchos de los diseñadores son hombres, que carece totalmente de importancia poner en riesgo su salud o su integridad física. Aquella frase que nos repetían hasta la saciedad en generaciones pasadas sigue hoy en día de plena actualidad: para estar bella hay que sufrir.


No hay otra clase de ropa para eventos en las tiendas. Cualquier otra prenda que pueda suponer algo de abrigo brilla por su ausencia. Es un mensaje claro y directo: esta es la ropa que debe llevar una mujer femenina, elegante y guapa, de lo contrario irá inapropiada, dando la nota y levantando críticas merecidas. No es una elección, es un dictamen.

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Donde mires verás el mismo mensaje: en las retransmisiones de las campanadas de fin de año la presentadora lucirá un vestido de tirantes con escote de vértigo aunque esté en la Puerta del Sol con temperaturas bajo cero, en los programas musicales posteriores que celebran la entrada del nuevo año las cantantes aparecerán ataviadas de igual forma; incluso en las decenas de telefilmes navideños que emiten todas las cadenas por esas fechas, la guapa protagonista va con vestiditos semejantes, y cuando sale a pasear se coloca un fino abrigo de paño (que no la haga parecer gorda) sin abrochar y sin bufanda mientras camina por la nieve con el apuesto galán.


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Sin embargo, no he visto en ninguna tienda pantalones cortos, camisas de verano o bañadores para que los hombres luzcan jóvenes y atractivos. No, lo masculino es ir con un traje. Sí, con su chaqueta y un buen abrigo.

Alguien puede alegar que las celebraciones suelen ser en locales cerrados y, por tanto, las mujeres no pasan frío con su ropita veraniega en pleno enero. Los amplios salones donde se celebran los eventos suelen ser fríos de por sí, pero además… ¿alguien ha visto que pongan calefacción? No, lo que encienden es el aire acondicionado. Sí, ese chorro de aire frío que siempre va a dar sobre la cabeza de la más escotada del grupo.

Ya hemos hablado anteriormente del aire acondicionado, pero lo que no hemos mencionado son los numerosos estudios que indican que la forma de utilización del aire acondicionado para refrescar un local, una oficina o cualquier lugar público, es machista. Esto puede resultar chocante, pero no lo es tanto si atendemos a las conclusiones de esas tesis que aseguran que, por su propia naturaleza, los hombres suelen tener más calor y más temperatura corporal que las mujeres (y, recordemos, que en las celebraciones que nos ocupan, ellos van con chaqueta frente a los vestidos femeninos). Lo que defienden estas teorías es que la temperatura a la que se pone el aire acondicionado es la más cómoda para un varón de unos 40 años y de peso medio (y esto lo pueden confirmar todas las féminas que trabajan en oficinas). Los continuos enfriamientos, resfriados y bronquitis que vienen soportando las mujeres (y algunos hombres) a cuenta del uso y abuso del aire acondicionado ha llegado al extremo de tener que regular la temperatura mínima y máxima por decreto ley. Por lo tanto no es ninguna tontería.

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Y ahora que han llegado las rebajas, al mirar escaparates y buscar entre los percheros, se encuentra más ropa de verano que de invierno y en las webs de moda podemos leer cosas como “ha llegado el tiempo de lucir camisetas de manga corta”. Sí, camisetas de manga corta a 0ºC.


Dejemos de perpetuar la imagen de que la mujer debe ir medio desnuda para ser femenina, elegante y atractiva. Adecuemos nuestra ropa a la temperatura de la época del año y el lugar en el que vivimos, rechacemos la normalización de una moda ilógica, abandonemos esas actitudes que solo nos llevan a repetir anticuados cánones, a hacerles el juego a unos cuantos y a pillar alguna que otra bronquitis… 

De Operación Triunfo a Eurovisión


El programa Operación Triunfo ha vuelto a la televisión después de varios años de ausencia y lo ha hecho de la mano de TVE, cadena que lo vio nacer en el año 2001, como ya contamos aquí. De nuevo 16 concursantes y la misma dinámica de la primera edición han marcado la marcha de OT 2017.

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http://blogs.formulatv.com/cosas_de_la_tele/festival-de-eurovision-en-que-idioma/
Desde que se inició OT en 2001 uno de los premios del concurso consistía en representar a España en el Festival de Eurovisión, y así se hizo durante tres años consecutivos pero, cuando en 2004 OTse desvinculó de TVE, desapareció esa posibilidad. Desde entonces la cadena pública ha optado por diferentes formas de elegir a su representante en el Certamen, desde la elección directa, hasta programas especiales como los llamados Objetivo Eurovisión que tanta polémica levantaron en 2016 y 2017 y ya analizamos aquí.

Cuando Telecinco comenzó a emitir la cuarta edición en 2004, la audiencia se había reducido casi a la mitad y el programa fue decayendo hasta que en la edición de 2011 se adelantó la finalización por los malos resultados.

Tras el éxito de OT:el reencuentro en 2016, TVE anunció que volvería a apostar por el programa y la emisión comenzó en octubre de 2017 con gran éxito de público. Pero TVE parecía no tener claro si de OT saldría el representante español para Eurovisión como había ocurrido en los primeros tiempos del programa. Tuvimos que esperar a la gala 6 para escuchar al presentador dar la noticia ante unos sorprendidos concursantes.

Sin que aún se supiera quienes serían los finalistas, los compositores se pusieron manos a la obra y más de 200 canciones se presentaron a concurso interno siendo seleccionadas 8 para competir en una gala especial Eurovisión que se emitió en directo por TVE para que el público pudiera votar por su favorita.

Agoney, uno de los concursantes, confesó desde el primer momento que era eurofan y le haría mucha ilusión representar a España en el Festival. Esto hizo que sus compañeros y varios artistas apoyaran la auto candidatura del canario. Por su parte, Amaia y Alfred, que se han conocido y enamorado en la academia, pedían formar un dúo.

El reparto de temas hizo mucha ilusión a todos los concursantes. Habría una canción solista para cada uno de  los 5 finalistas (Agoney no pudo participar como solista al ser el último expulsado de la academia), 3 dúos y una canción grupal. El público no acogió muy bien la idea de que Camina, canción que han compuesto los chicos de la academia junto a su profesor Manu Guix y que se ha convertido en himno de esta edición, fuera elegida como canción grupal para el Festival por lo que solo el 1% votó esta candidatura.

La cantante y compositora Rozalén se mostraba ilusionada al presentar su canción Al cantar a una emocionada Amaia que se sentía totalmente identificada con el tema cuya letra describe las sensaciones que ambas tienen al cantar. La dos conectaron desde el primer momento.

Alfred ya había expresado su deseo de enmarcase dentro del pop español, aunque a muchos nos sorprendieran sus declaraciones. Para él, Neil Moliner preparó Que nos sigan las luces dándole, con la mejor disposición, libertad para cambiarla a su gusto, cosa que el muchacho no dudó en hacer ante el director musical Manu Guix, que le mostró su disconformidad por los numerosos cambios y le pidió que volviera a hablar con el autor.

María Peláez y Alba Reig le presentaron a Aitana Arde, una balada reivindicativa, pero con figuras tan sutiles que las mismas autoras tuvieron que explicar que su mensaje era en defensa de los refugiados, a favor del feminismo y en contra del racismo. Con una letra en castellano que necesita explicación para los propios españoles poco tirón de orejas supondría Ardeen Europa.



Míriam se vio gratamente sorprendida con la propuesta de Diego Cantero (Funambulista). Lejos de tu piel era, sin duda, el tema más eurovisivo de la gala. Cuenta la historia de una mujer que sufre por amor pero se levanta después de llorar y consigue ser libre de nuevo. Con la fuerza y la privilegiada voz de la cantante, los graves y agudos que pueblan la balada se convirtieron en sus aliados.



Ana Guerra recibió del compositor colombiano Nabález el tema más latino: El remedio. El mismo autor explicó la letra, aunque fuera evidente, reafirmándose en la idea de que un clavo saca a otro clavo. La canción incluía un rap muy subidito de tono que la canaria obvió (afortunadamente) alegando que Nabález le había dado libertad para cambiar algo si no le gustaba. Manu Guix le preguntó que iba a  hacer si no interpretaba el rap y ella dio una respuesta escueta y directa: bailar.

David Otero, Diego Cantero y Tato la Torre compusieron para Míriam y Agoney el precioso tema Magia que habla de las personas que luchan por sus sueños sin rendirse, personificando la historia en un mago que desde la niñez no escucha a quienes le advierten que deje de soñar y que, finalmente, consigue el éxito.



La polémica vino servida con Lo malo, un reggaetón adaptado por Brisa Fenoy para Aitana y Ana Guerra. Las muchachas, al quedarse a solas con sus compañeros, comentaron que no se sentían cómodas cantando reggaetón, que no se identificaban con esa música. Al momento la directora de la academia y Manu Guix se presentaron en el comedor para regañarlas, decirles que eso era lo que iban a cantar fuera, que se convertiría en la canción del verano y que debían tener cuidado con cómo decían las cosas porque podían hacer daño a la autora. Sin embargo, Brisa se mostró mucho más comprensiva que sus colegas. La joven les explicó que iban a ser unas pioneras porque, frente al reggaetón machista que devalúa a la mujer, ellas iban a responder con un mensaje reivindicativo y dando un golpe en la mesa.


Raúl Gómez confesó que había compuesto Tu canción especialmente para Amaia y Alfred, inspirado por el momento mágico que la pareja vivió en la gala en que cantaron juntos City of Stars tocando el piano a cuatro manos. Su química, sus miradas y su autenticidad le llevaron a basarse en ellos para esta balada. Todos lloraron al escuchar aquella maqueta que hablaba de la emoción del primer amor. Amaia y Alfred admitieron que se sentían totalmente identificados, que era su historia. Rápidamente el dúo y la canción se convirtieron en favoritos de la mayor parte del público, de todos los artistas a los que se les pidió opinión y del jurado, aunque no faltaron voces que tildaban la canción de cursi y ñoña.


En unos días hablaremos de la canción que representará a España, de la influencia del ganador del año pasado, de cómo el castellano ha vencido al inglés en nuestros temas y de cómo nos sitúan las casas de apuestas en Eurovisión 2018.

Tu canción a Eurovisión



La gala de Eurovisión se convirtió en la más vista hasta el momento porque a los seguidores habituales del concurso se les unieron los eurofans, que no habían visto OT 2017,pero que estaban deseosos de escuchar las canciones y votar por su favorita.


Las puestas en escena fueron impecables y los cantantes, arropados por los compositores, estuvieron brillantes. Entre el jurado contaron con una invitada de lujo, Luisa Sobral, compositora de Amar pelos dos la canción con la que su hermano Salvador se alzó con la victoria para Portugal en el Festival de Eurovisión de 2017. Alfred (que ya había interpretado Amar pelos dos en una de las galas de OT), y que se declara seguidor incondicional de Salvador Sobral, estaba emocionado ante las palabras de Luisa que dijo que Tu canción le encantaba. La compositora también felicitó efusivamente a Amaia y a Rozalén por su Al cantar.

Lo cierto es que la victoria de Salvador con su balada romántica cantada en portugués y su sola presencia en el escenario, sin bailarines, ni fuegos artificiales, ha marcado la elección de nuestras candidatas de este año (y aún desconocemos de cuántos países más). Ya no hay reservas en presentar una balada y ya no hay presión para que la puesta en escena sea la más espectacular y original del certamen. No es un secreto para nadie que muchas veces lo que ha hecho alcanzar el triunfo a un país ha sido su puesta en escena y no su canción, lo que no deja de ser paradójico en un festival de canciones.

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El micrófono de cristal es el trofeo del Festival de Eurovisión.

Pero, sobre todo, lo más asombroso es que ya nadie se plantea cantar en inglés. Este tema había sido uno de los principales motivos de discusión los años anteriores. De repente, a todos parece habérsenos olvidado la enorme polémica que se desató en 2016 (con enfado de la RAE incluido) cuando Barei decidió representar a España con Say Yay! cantada íntegramente en inglés. Ya nadie se acuerda de que en los últimos años parecía de obligado cumplimiento que el estribillo o alguna frase de nuestra canción fuera en inglés para ser entendidos en Europa y multiplicar nuestras posibilidades de éxito, ya que siempre ganaban canciones en el idioma anglosajón, aunque Reino Unido quedara en las últimas posiciones.

A priori, no deja de ser sorprendente que en un programa como OT, donde los concursantes cantan habitualmente temas norteamericanos (de hecho, a alguno de los candidatos se le ha advertido de que llegaría el día en que tendría que cantar en español), ninguno tenga una canción con una parte en inglés. Pero ha sido la misma TVE quien ha puesto como requisito imprescindible que todos los temas seleccionados sean íntegramente en castellano. Solamente el reggaetón Lo malo mencionaba alguna palabra suelta, porque esta clase de música se suele completar con letra en espanglish, aunque finalmente fue despojado de ella, dejándola en un insignificante game.

El hecho de vernos tan influenciados por la victoria de la balada portuguesa, que ha sido una excepción en la tendencia general, puede resultar peligroso, porque no sería extraño que a Salvador le salieran “imitadores” y este año Eurovisión se viera repleta de baladas románticas sin vistosas coreografías. Según las estadísticas nunca gana dos veces consecutivas el mismo estilo.

Los expertos internacionales afirmaban que Europa esperaba que España mandara un reggaetón, después del éxito mundial de Despacito. A más de uno y de dos le produjo vergüenza ajena tal recomendación. Pero, para nuestro asombro, puede que no sea solamente la canción de España (único país de Europa con el castellano como idioma oficial) la que suene en español en Eurovisión porque Rumanía, Armenia, Suecia y otros países han preseleccionado canciones en castellano. Y en esta disyuntiva cabe preguntarse: ¿abundaran los baladas románticas por influencia de la canción vencedora del año pasado o reggaetones por imitación de Despacito?

Los eurofans decían que solo teníamos posibilidades de alcanzar un buen puesto con Tu canción. Pero José María Iñigo, comentarista especializado en Eurovisión, ha resaltado que en España todos conocen a Alfred y Amaia pero en Eurovisión, no, que el tema no pasa de ser una balada agradable y que el amor que sienten ahora podría haberse terminado en mayo, cuando se celebra el Festival.

Tras la participación de todas las canciones de la gala, se abrieron las líneas y comenzaron a llegar los votos. Las tres canciones más votadas pasaron a la final: Arde, Lo malo y Tu canción. En la segunda ronda volvieron a cantar los finalistas. Esta vez, Amaia, siempre reacia a besar a Alfred ante las cámaras, terminó Tu canción con un beso ante la alegría de los fans.

¿Elegiría España ser representada por una reivindicativa Arde, por un reggaetón como Lo malo o vencerían los románticos con Tu canción?

Finalmente, el público, sin intervención de jurado alguno, otorgó  un 26% de los votos a Lo malo yun 31% a Arde. La vencedora, como apuntaban las quinielas, los eurofans y los más románticos, fue Tu canción, con el 43% de los votos. Los gritos de ¡Almaia a Eurovisión! traspasaron las cámaras y se colaron en nuestras casas (Almaia es el acrónimo por el que llaman los fans a la pareja de ALfred y aMAIA).


Amaia y Alfred se presentarán en el escenario de Lisboa en mayo para defender una balada que habla de su amor. Esperemos que para entonces, esta bonita y tierna pareja siga siéndolo y puedan enamorar a Europa con su complicidad y su química.

El año pasado las casas de apuestas nos colocaron en el último lugar de la tabla y acertaron. Este año, tras la victoria de Tu canción y después de mucho tiempo en puestos de descenso, nos suben a la cuarta posición, esperemos que también acierten.



Frozen: la película Disney que no le hubiese gustado a Walt.



Hace cinco años que se estrenó Frozen y creo que no puede considerarse ya spoiler lo que voy a contar sobre esta maravillosa y sorprendente película. La crítica afirmó que tiene el sabor de los mejores clásicos y algún medio dijo que Walt Disneyestaría muy orgulloso de ella. Permitidme que discrepe de esta última apreciación. En mi humilde opinión esta es la película Disney que no le hubiese gustado a Walt. Este film contradice todo aquello que siempre afirmaron las películas Disney, aquellas en las que el flechazo unía a los dos protagonistas, en las que su cariño sincero superaba las trampas de la malvada bruja y en las que al final, el valiente príncipe salvaba a la bella e indefensa princesa, sellando su unión con un beso de amor verdadero.

Todos los que habéis visto Frozen sabéis que aquí se pone en duda el flechazo, se destaca la insensatez de prometerse con un desconocido, se muestra que el amor verdadero no es exclusivo de una pareja, se desvela que un príncipe azul no tiene porque ser la mejor opción y se demuestra que las mujeres pueden salvarse ellas solitas. Lo dicho, Disney nunca habría llevado a la pantalla este argumento.

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Uno de los carteles de Frozen.

La historia se basa en el cuento La reina de las nieves de Hans Christian Andersen, pero en una versión muy libre que poco tiene que ver con el original donde la malvada reina de las nieves secuestra a un niño llamado Kay y su amiga Gerda va a buscarlo.

Hace 70 años que Disney se planteó hacer la versión animada de la historia de Andersen, pero todo se quedó en diseños y bocetos. La idea se retomó en 2002, pero no terminó de cuajar, por lo que el proyecto volvió a ser descartado. Por fortuna, no tuvimos que esperar tanto tiempo para que se volviera a considerar el cuento del escritor danés como posible película de animación y en 2010 un equipo se puso manos a la obra para continuar con la idea de Walt Disney. Pero durante el proceso, el proyecto inicial fue sufriendo importantes variaciones. Las protagonistas de la historia iban a ser Elsa (la reina de la nieves) y Ana (una campesina con el corazón roto que pide a la reina que se lo congele). Pero se decidió que debía haber un vínculo mayor entre las dos chicas y las convirtieron en hermanas. Después tomó forma una gran escena en la que la malvada Elsa regresaba a la ciudad acompañada por un ejército de muñecos de nieve. Todos tenían claro que la nieve tenía que ser un personaje más en la película y que el bello pueblo en el que se desarrolla la historia debía estar inspirado en Noruega. Así fue cómo surgió el reino de Arendelle del que Elsa es la princesa heredera. Parte del equipo técnico contemplaba la idea de despojar a Elsa de toda maldad y presentarla como una persona angustiada por el temor a dañar a quienes quiere con un poder muy peligroso que no sabe controlar.

Cuando Robert López y su esposa Kristen Anderson-López presentaron la maqueta de Let It Go, los guionistas lo tuvieron claro: la canción tenía tanta fuerza que habría que reescribir el guión para que Elsa ya no fuera la malvada de la historia y convertir la composición en el tema principal del film. Y así es como una canción escrita en dos días, pudo cambiar el argumento de toda una película.

Frozen ganó el Oscar a mejor película de animación en 2014, Let It Go ganó el Oscar a mejor canción original y fue traducida a 42 idiomas.

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Los protagonistas de Frozen:  Elsa, el príncipe Hans, Anna, el muñeco de nieve Olaf , el reno Sven y Kristoff.

La historia comienza cuando la pequeña Elsa, ignorando las fatales consecuencias que puede tener su don de congelar cuanto toca, hiere accidentalmente a su hermana Anna mientras juegan. Sus padres llevan a las pequeñas ante los trolls y el sabio Gran Pabbie salva la vida de Anna.

Después de esto, las puertas del castillo se cierran para todos y la princesa se aparta de su hermana. Los años pasan y, tras quedar huérfanas, Elsa se convierte en la heredera al trono de Arendelle. Marcada por su secreto, se ha transformado en una joven solitaria, seria y triste, mientras que Anna es alegre, divertida y soñadora.

Anna vive con gran ilusión los preparativos para la ceremonia de coronación de la reina. Acostumbrada a estar aislada en el castillo, fantasea con la idea de ver el gran salón repleto de gente venida de todas partes, y sueña con que en esa fiesta conocerá al hombre de su vida, a su amor verdadero. Sin embargo, el día que tanto anhela su hermana, es una agonía para Elsa que teme no ser capaz de ocultar sus poderes delante de todos.

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Un flechazo hace que Anna
se enamore del príncipe Hans.
Los deseos de Anna se ven cumplidos al conocer al príncipe Hans. El flechazo es instantáneo y los dos descubren que están hechos el uno para el otro. Rápidamente Hans pide matrimonio a Anna y la muchacha acepta encantada. Cuando la pareja se lo comunica a Elsa, la reina se enfada intentando hacer ver a su hermana que no puede casarse con un desconocido, pero la jovencita no entra en razón. La tensión del momento y los nervios hacen que Elsa pierda el poco control que tiene sobre sus poderes y todo se congele a su alrededor. En un instante, el verano se convierte en un crudo invierno y los presentes acusan a Elsa de bruja.

En el momento álgido de la historia, cuando la reina huye hacia las montañas, suena Let It Go, (Suéltalo en la versión española, y Libre soy en la latinoamericana), la canción que cambió el argumento de la película y que Elsa entona llena de fuerza y coraje, proclamando que por primera vez se siente libre y preparaba para vivir su propia vida.

Anna pide a Hans que se haga cargo del reino mientras ella sale en busca de su hermana. Durante su viaje conoce a Kristoff, un recolector de hielo, solitario y desconfiado, que solo acepta la compañía de su reno Sven. El joven decide ayudarla y juntos tropiezan con Olaf, el muñeco de nieve que con el que Elsa y Anna jugaban cuando eran niñas, pero que ahora ha cobrado vida y se une a la expedición.

Cuando Anna llega al palacio de hielo que ha construido Elsa, le cuenta que ha sumido a Arendelle en un invierno eterno, pero la reina no sabe cómo revertir el efecto de la magia y se niega a regresar. Una vez más, la obstinación de Anna saca a Elsa de sus casillas y, sin querer, lanza un rayo de hielo que le alcanza el corazón. Ninguna de las dos es consciente de lo ocurrido, pero al poco tiempo Anna comienza a sentirse enferma. Kristoff la lleva junto a los trolls, su familia adoptiva, y Gran Pabbie descubre que Anna tiene congelado el corazón y que solo un acto de amor verdadero puede evitar que muera.

Mientras tanto, el caballo de Anna ha regresado solo a Arendelle, alarmando a Hans. El príncipe reúne a un puñado de hombres y acude al rescate de su amada llegando hasta el palacio de hielo de Elsa y llevándosela prisionera.

Convencido de que solo un beso de Hans, el verdadero amor de Anna, puede salvar la vida de la muchacha, Kristoff decide renunciar a ella y emprender una carrera contrarreloj para lograr alcanzar el castillo de Arendelle y dejarla al cuidado del príncipe.

Cuando se encuentran a solas, Anna le explica a Hans lo ocurrido y le pide que la bese. En un impactante giro argumental, el príncipe se niega, confesándole que nunca la ha amado y revelándole sus verdaderos planes: siendo el menor de trece hermanos su única opción para acceder al trono era casarse con una princesa heredera de otro reino. Elsa era inalcanzable y Anna estaba tan deseosa de encontrar el amor que le fue muy fácil engañarla. Una vez casado con Anna solo tenía que deshacerse de Elsa, pero la propia reina se ha condenado al herir mortalmente a su hermana.

Esta es la primera vez en una película Disney en la que el príncipe encantador, el héroe que tenía que salvar a la princesa con un beso de amor verdadero, se revela como el auténtico malvado de la historia.

Hans apaga la chimenea y encierra a Anna en la fría habitación. Luego se presenta destrozado ante la corte para informarles que Anna ha muerto entre sus brazos después de haber pronunciado sus votos matrimoniales y que Elsa ha sido su asesina. Rápidamente acude a la celda para matar a la reina, pero comprueba que la joven ha logrado escapar.

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Elsa y Anna en uno de los
momentos finales de la película.
Mientras se aleja, Kristoff divisa una terrible tormenta de nieve sobre el castillo e, incapaz de ocultar por más tiempo el amor que siente por Anna, corre a rescatarla.

Anna también ha descubierto que no es el beso de Hans lo que había de salvarla, sino el amor de Kristoff y, con la ayuda del fiel Olaf, consigue huir de su encierro.

Mientras tanto, Hans ha alcanzado a Elsa y la acusa de haber matado a Anna. La reina se derrumba al oír sus palabras y ya no se opone a su fatal destino.

En ese momento Anna ve que Kristoff se acerca a toda velocidad para auxiliarla, pero también que Hans va a asesinar a Elsa. Así que decide utilizar sus últimas fuerzas para salvar la vida de su hermana interponiéndose entre ella y la espada de Hans que se hace añicos al chocar contra una Anna convertida ya en estatua de hielo.

Elsa llora desconsolada abrazada a la que fuera su hermana. Anna ha sacrificado su propia vida para salvarla en un acto de amor verdadero, y esto es, precisamente lo que descongela el corazón de la princesa haciéndola volver a la vida. En ese momento Elsa descubre que es el amor lo que puede hacerle controlar su poder y, segura de sí misma, lo utiliza para devolver el verano a su reino.

La felicidad regresa a Arendelle. Hans vuelve encarcelado a su país para ser juzgado por traición, Kristoff se convierte en el proveedor oficial de hielo del reino y Olaf tiene su propia nube de nieve que le impide derretirse en verano. Anna y Kristoff se besan enamorados, Elsa promete no volver a cerrar las puertas del castillo y convierte el patio en una pista de patinaje sobre hielo para regocijo de sus súbditos.

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Aunque hayan transcurrido cinco años desde el estreno de la película, Frozen sigue siendo
la estrella de las producciones Disney en la actualidad, sin ser eclipsada por los filmes posteriores.
Carroza de Frozen en la cabalgata de las princesas en el Parque Eurodisney, París.


Diario de Viaje: Albufeira, Lisboa y Cascais IV. Belém y sus maravillosos monumentos.


Lee las anteriores partes del diario de viaje a Portugal: parte I (viaje y llegada a Albufeira), parte II (llegada a Lisboa y catedral) y parte III (Lisboa).

Belém y sus monumentos

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Claustro del Monasterio de Belém.

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Fachada del Monasterio de Belém.
El autobús sí iba al barrio de Belém y nuestra parada fue junto a la famosa pastelaria donde venden los no menos famosos pasteles de nata. Mi amiga se perdió entre la gente, pero me la volví a encontrar en el Mosteiro dos Jerónimos donde se había reunido con su madre y su hijo. Al día siguiente tuve la feliz coincidencia de encontrármela mientras desayunábamos en el hotel y me dirigió unas palabras muy bonitas, llamándome “menina” y deseándome que paseara mucho e hiciera muchas fotografías.


No nos dio tiempo a ver todas las maravillas que esconde Belém, pero sí entramos en el precioso Monasterio de los Jerónimos y en su iglesia. Gótico muy recargado, de lo que en España llamamos Isabelino y que en Portugal se conoce como Gótico Manuelino, el monasterio es realmente precioso y recomendable, así como su iglesia, donde puedes subir a la parte alta (que  comunica con el monasterio) y tener una vista privilegiada de sus naves y esbeltas columnas, aún más bonitas y grandes que las de la catedral. El patio era realmente bello e impresionante. Se pasan las horas sin que te des cuenta dentro de tan precioso recinto y cuando sales su maravillosa fachada atrapa tu atención.
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Iglesia.

Una carretera separa el monasterio del Monumento aos Descobrimentos al que se accede por un paso subterráneo (esto fue lo que menos me gustó de Belém, aquel paso oscuro, sucio y un tanto peligroso).

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Monumento de los descubridores.
El Monumento aos Descobrimentos es una mole de piedra en forma de vela donde se esfuerzan en mirar hacia el frente unos personajes de piedra maciza, creíbles y realistas. En la parte más importante, rompiendo el esquema del conjunto y con la vista perdida en el mar, aparece un Henrique el Navegante firme y poderoso con una carabela en su mano. Realmente el conjunto impresiona. Pero debo admitir que a la sensación de grandeza que emana de él se unió la música peruana que un grupo tocaba a los pies de la estatua, vestido con sus trajes típicos. El conjunto escultórico y la música allende los mares se fusionaban de tal manera que conmovían el espíritu. Me dio un poco de envidia porque el homenaje que hacen a Henrique  y a Vasco da Gama en Portugal no es el que se le hace a Cristóbal Colón en España, no quiero imaginar qué harían los portugueses si Colón hubiera descubierto América para su reino. Todo allí es Vasco da Gama: las avenidas, los hoteles, los puentes, los centros comerciales…

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Torre de Belém.

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Réplica de la Torre de Belém.
A lo lejos se divisaba la Torre de Belém, pequeña y preciosa, más cercana a la vista que al paso. Caminamos un buen trecho bajo un sol abrasador y un viento omnipresente hasta llegar a la maravillosa Torre de Belém, uno de los lugares más bonitos y encantadores que se puedan visitar. El mar o el río, como queramos considerarlo, llega hasta sus cimientos y cuando sube la marea cubre la escalera que originariamente daba acceso al edificio. Ahora han puesto una práctica pasarela para llegar hasta ella. Nos paseamos por la pequeña playa de arena blanca repleta de conchitas que está al pie del monumento y nos hicimos fotos en una pequeña réplica de bronce que a todo el mundo encandilaba.


Teclea el código secreto

Los restaurantes al pie del río tenían precios prohibitivos así que tuvimos que conformarnos con ir a un práctico y nada encantador Mcdonalds. No fuimos los únicos porque el restaurante estaba lleno de extranjeros, sobre todo españoles. Es de imaginar que todos pensamos que era un lugar conocido, donde sabes lo que vas a comer, con precios razonables y aire acondicionado, detalle nada despreciable para el calor que habíamos pasado en el camino y para las quemaduras solares que ya presentaba aunque me hubiese protegido con gorra y gafas de sol.

Una cosa que nos llamó la atención fue la presencia de un teclado numérico en la puerta de los baños. Todo el que quería entrar tenía que marcar el código secreto. Miramos el ticket de la comida imaginando que nos daría la combinación ganadora, pero nos equivocamos. Tratamos de observar el número que tecleaba la gente, un código de cuatro cifras como los pines de los móviles. Cuando desciframos el misterio nos dirigimos al baño con la casi ilusión de marcar nosotros también la clave, cuando una chica que salía me sujetó la puerta y pude entrar sin necesidad de pin, código, clave, ni nada de nada.
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La pastelería donde se elaboran los famosos pasteles de Belém.

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Pasteles de Belém con receta secreta.
Después nos pusimos en la obligada cola de la pastelaria original de Belém y compramos sus famosos pasteles. Yo quería habérmelos comido allí, como debía ser, pero mis compañeros de viaje tenían demasiada prisa por ir a Cascáis.


El apeadero asesino

Lo más complicado del viaje fue conseguir los billetes para el tren de Cascáis. Había que sacarlos de una máquina expendedora en un apeadero a las afueras de Belém. No había quien entendiera el funcionamiento de la máquina, del sistema de trenes, ni de las paradas. Había cuatro trenes cada uno de un color  que tenía en común una parte del recorrido, sin embargo cada uno tenía el final de su línea una parada después que el anterior y solo uno llegaba hasta Cascáis.

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Vista del monumento a los descubridores y el puente sobre el río Tajo.

Un bienintencionado viajero intentó ayudarnos con la máquina expendedora, pero tardamos un rato en darnos cuenta que las tarjetas que habíamos sacado no servían para el tren y que teníamos que sacar otras nuevas (con el consiguiente gasto) aparte de la recarga para el viaje de ida y vuelta. Un español nos explicó el funcionamiento y ya pudimos sacar nuestros billetes.
El apeadero era tremendamente estrecho y los trenes pasaban a alta velocidad, muchos de ellos sin pararse allí. No comprendía porque unos paraban y otros pasaban de largo, además que no sabía el que tendríamos que coger ya que ninguno llevaba distintivo alguno con el color que le daban en el plano.

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Uno de los apeaderos entre Belém y Cascais.

De repente sentí un furioso viento a mis espaldas y el bolso que llevaba colgado al hombro voló sobre mi cabeza. El sonido característico de un tren a toda velocidad me congeló. No me había dado cuenta de nada, no había oído la máquina acercarse, estaba de espaldas a la vía en aquel estrecho apeadero cuando el tren me pasó a pocos centímetros sin que nadie se inmutase. Pasé verdadero miedo y no me pude mover hasta que comprobé que estaba a salvo.
Nos equivocamos de tren y acabamos en un apeadero en medio de un barrio viejo y destartalado. Esta vez no le di la espalda a las vías ni un instante y permanecí completamente pegada a la barandilla que marcaba la entrada al pequeño recinto. A la segunda fue la vencida y conseguimos dar con el verdadero tren de Cascáis.

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Playa de Cascais.



Sobre los papeleos, los que no saben tratar con el público y la guasa que tiene la gente.



Hace poco tuve que ir a formalizar una documentación que necesitaba con cierta urgencia, por lo que me apresuré a sacar cita previa a través de internet y presentarme el día y la hora indicada. Recuerdo que tenía la cita a las 13:15h y llegué con bastante antelación por si no se presentaban los números anteriores. Sospechaba que alguno dejaría pasar su cita porque, aunque a mí me corría prisa, otros no veían este papeleo como necesario y el día amaneció con un aguacero de los que no se veían desde hacía tiempo. Pero cuando llegué a la oficina me encontré mucha gente en la puerta.

 El edificio tenía una cornisa amplia bajo la que todos se agolpaban, menos un muchacho rumano que había optado por quedarse fuera, quizá para librarse de la aglomeración, y esperaba impasible bajo la lluvia con un chándal de llamativo estampado.

El guardia de seguridad no parecía reparar en nosotros desde la comodidad del interior del edificio y se paseaba entre la puerta de cristal y el arco de seguridad que franqueaba la entrada.

Así pasamos un buen rato, hasta que salió a proclamar que podían entrar las personas que tenían cita a las 12:00 y 12:15. Miré el reloj con extrañeza. Era casi la una de la tarde y todavía tenía que esperar a que atendieran a una buena cantidad de personas.

El segurita volvió a salir un rato después para pedir que entrara la siguiente tanda y dos muchachas extranjeras aprovecharon para pedirle que las dejara entrar. El hombre las escrutó con gran seriedad y les preguntó si tenían cita, a lo que las muchachas dijeron que no. Entonces les dijo secamente que sin cita no serían atendidas. Ellas preguntaron cómo se pedía cita y él, por toda respuesta, les señaló un cartel que estaba colgado en la puerta. El cartel remitía a una web y a un número de teléfono. Las jóvenes se miraron sorprendidas. Los que esperábamos bajo aquel pequeño techo fuera de la oficina también nos dirigimos unas miradas de asombro al ver la parquedad de palabra y los modos rudos con los que el guardia había respondido a las extranjeras. Yo sentí un poco de vergüenza al tratar de imaginar la impresión que las muchachas se llevarían de los españoles ante tal comportamiento, pero ellas debían tener mejor sentido del humor que yo, ya que se lo tomaron a guasa y cuando el de seguridad se dio la media vuelta comenzaron a cuchichear y reír.

-Llevo aquí una hora y aún no lo he visto sonreír ni un instante- dijo una señora que esperaba junto a la puerta.

-Es que si sonríe se disloca la mandíbula- se burló un caballero que sostenía un paraguas negro.

Mientras, iban llegando más personas y el escaso espacio de techo se nos iba haciendo cada vez más pequeño.

-Los de las 12:30- dijo el de seguridad asomando de nuevo.

-Disculpe- volvió a intervenir la muchacha extranjera – ya que estamos aquí ¿podríamos entrar y pedir cita en el mostrador?

El guardia negó con la cabeza y volvió al interior del edificio con las personas citadas.

Cuanto más intentaba hacerse respetar más conseguía el efecto contrario. El tono grave, hosco y antipático del empleado lograba que la gente permaneciera seria mientras él estaba presente, pero, en cuanto se daba la vuelta, todo el mundo se lo tomaba a risa y no paraba de hacer bromas.

-¡Qué sorpresa! ¿Cómo vosotros por aquí?- preguntó una señora que acababa de llegar a un matrimonio que compartía paraguas.

-Ya ves- dijo la mujer- De papeleo.

-Llevamos toda la semana de papeleo- se quejó el marido- Ayer estuvimos dos horas en comisaría para hacernos el pasaporte… Porque a mi mujer se le ha ocurrido que marzo es muy buen mes para viajar… ¡marzo! ¡Con una ola de frío polar, una ciclogénesis explosiva, inundaciones en toda Europa!

-¿Cómo iba a saber yo…?- protestó la interpelada.

-Haciendo caso al hombre del tiempo- la interrumpió – Ya lo venía advirtiendo desde antes de que sacáramos los billetes. El tiempo está muy malo…

-¿Habéis visto que ahora le han puesto nombre a las borrascas?- intervino la recién llegada – Como los americanos les ponen nombre a sus huracanes, ahora nosotros les vamos a poner nombre a nuestras borrascas, a falta de huracanes…

-¡Qué Dios nos libre!- se alarmó el pobre hombre.

Al cabo de unos minutos volvió a aparecer el de seguridad para llamar a los de las 12:45.

Entonces el muchacho rumano se acercó hasta la puerta con la intención de entrar en la oficina, pero el guardia lo detuvo y lo miró con disgusto comenzando a echarle una gran reprimenda. El joven se puso blanco y sus ojos reflejaron una mezcla de asombro y miedo que a todos nos hizo comprender que pensaba que el segurita llamaría a la policía y se lo llevarían, poco menos que esposado. Pero aquella impresión no podía estar más equivocada y solo se debía a la falta de conocimiento de nuestra idioma, ya que, aunque el tono del guardia nos había alarmado a todos, sus palabras no eran nada amenazantes.

-… ¿Por qué no te has resguardado bajo el techillo? ¡Mírate! ¡Estás empapado!
Efectivamente, el joven había permanecido bajo una incesante lluvia sin paraguas, y estaba tan calado que la ropa se le pegaba al cuerpo y el color del chándal se le había oscurecido.

-¡Vamos, entra, entra!- le dijo abriéndole la puerta.



Las muchachas extranjeras no se habían marchado con la esperanza de que el responsable de seguridad acabara siendo amable con ellas. Al contemplar que, a pesar de la bronca que le había echado, finalmente había dejado pasar al joven, y obviando que el muchacho tenía cita, las dos cruzaron una significativa mirada y luego observaron decididas la lluvia que caía fuera. El de seguridad se pasó la mano por la cara con un gesto de auténtico hartazgo, pero les permitió la entrada.

Al cabo de un rato volvió a asomar y solo dijo:

-Había una persona para las 13:15. ¡Qué pase la puerta de cristal!

¡Ay, ay! ¡Qué esa persona era yo! ¿Por qué me llamaba a mí solamente? ¿Y los demás? Crucé entre la gente que estaba delante y pasé la puerta de cristal como me había indicado, pero junto a la puerta estaba el arco de seguridad, así que lo pasé también. Y aunque no pitó, oí su voz airada gritarme:

-¡He dicho la puerta de cristal, no el arco!

Volví rápidamente sobre mis pasos y me quedé entre la puerta y el arco sintiendo que había metido la pata. Yo no tenía tanta cara como las dos jóvenes que no habrían dudado en ponerse bajo la lluvia para que las dejara pasar, pero tampoco la falta de comprensión del idioma del muchacho rumano que pudiera justificar mi expresión de susto. No sabía qué hacer porque el espacio entre la puerta de cristal y el arco de seguridad era tan pequeño que tampoco me parecía lugar adecuado para pararse.

-¿He dicho yo el arco?- volvió a gritarme.

-¿Dónde me pongo?- fue lo único que se me ocurrió.

-Aquí, aquí- murmuró una muchacha que también estaba esperando en aquel recoveco.

 El empleado cruzó el arco de seguridad mientras nos dejaba allí, en tierra de nadie. Miré a través del cristal a la gente que esperaba fuera, y pude darme cuenta que, una vez más, cuchicheaban y reían entre ellos llegándome a hacer gestos de complicidad bajo aquel techito mientras la lluvia seguía cayendo a sus espaldas.

-Pasad- nos dijo.

Y por fin entré en el edificio, donde el personal administrativo me trató correctamente y pude hacer el trámite que tenía pendiente.


Excursión a Medina Azahara: lluvia y un guía muy particular



Reservé con mucha antelación una excursión para pasar el día visitando Medina Azahara y la ciudad de Córdoba junto con un grupo de amigas. La cosa prometía, pues yo nunca había estado en Medina Azahara y me habían hablado muy bien del lugar. Pero justo unos días antes se instaló una borrasca sobre los cielos de España y allí se quedó muy a gusto. Sabíamos que llovería pero la excursión no se anuló. Nosotras íbamos preparadas con nuestras botas de agua, zapatos y calcetines de repuesto, chubasquero y paraguas.

Empezó por no quedar claro dónde debía recogernos el autobús pero la cosa acabó como una simple anécdota. Las personas que esperaban en la parada subieron ocupando cada uno el asiento asignado y nosotras hicimos lo propio. Nuestro guía se sorprendió de que todos nos hubiésemos sentado en la parte trasera, tan “lejos” de él y nos dijo que nos sentáramos delante que solo íbamos a ser 15 personas. Todos nos miramos y nos encogimos de hombros sin movernos del lugar asignado. Menos mal que no le hicimos caso porque en la siguiente parada el autobús consiguió un lleno absoluto.

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Vista de Medina Azahara.

El guía se presentó oficialmente, afirmó que su reto era regresar del viaje sin que se le perdiera ningún “abuelillo” y que había hecho una recopilación de canciones para la ocasión con todo el cariño del mundo. ¡Ay, ay! Me temí lo peor y mis temores se vieron confirmados cuando sonó la primera de las canciones con mucha guitarra española, mucho “poderío” y mucho arte. Nada detendría a nuestro guía en su idea de “viva el viiiiiiino y laaaaaaas mujeres, que por algo son regalo del Señor”… Tuvimos nuestra ración de Camarón, El Fary, Los Chichos, Los Chunguitos, Las Grecas… que pueden estar muy bien en determinados momentos, pero no a las ocho de la mañana, a todo volumen, en un autobús lleno de gente que dormitaba o intentaba conversar con el acompañante. Nada haría entrar en razón a nuestro guía que desatendía las protestas de los pasajeros, no sé si porque no le interesaba que le estropearan su recopilatorio o porque realmente no los escuchaba ya que sus voces se ahogaban bajo la potencia de Manolo Escobar o Isabel Pantoja. Los pobres “abuelillos”, como él se empeñaba en llamarlos aunque les molestara, le gritaban que quitara la música, que la bajara o que pusiera la radio, pero todo caía en saco roto. Nuestra única esperanza era que el CD se acabara. ¡Fuimos unos ilusos! Cuando el CD finalizó ¿qué ocurrió? ¡Qué lo volvió a poner dos veces más!

Paramos en la mitad del camino para desayunar y proseguimos nuestro viaje camino a Córdoba.

Nuestro guía, un cúmulo de sorpresas, nos anunció que, como el día estaba lluvioso (aún no había llovido), no visitaríamos las ruinas de Medina Azahara como estaba programado, sino el centro de recepción donde se nos proyectaría una película hablándonos del lugar, después iríamos a un centro comercial y finalmente a la ciudad de Córdoba con visita opcional a la Mezquita.

Mis amigas y yo nos miramos incrédulas… ¿Habíamos viajado hasta Córdoba con la promesa de ver Medina Azahara y nos iban a poner un documental y llevarnos a un centro comercial? Nuestras protestas se hicieron oír y, otras personas se unieron a nosotras, hasta conseguir un amago de motín que el guía sofocó prometiendo que quien quisiera podría subir a las ruinas ¡media hora!

Llegamos al aparcamiento y tuvimos que esperar a que el guía acompañara a aquellos que iban a ver el documental, recogiera las entradas y volviera con nosotros para que subiéramos en un bus lanzadera que nos llevaba al pie del yacimiento. No dejó de protestar en todo el camino y temer que alguien se rompiera la cadera.

Conseguimos entrar en la antigua ciudad califal donde podían verse grupos de visitantes aquí y allá cada uno con su guía. Nosotras nos fuimos sin el nuestro. Una parte del complejo estaba cerrado porque, precisamente ese día, estaba grabando un vídeo musical el grupo Medina Azahara ¿Qué mejor lugar para ello? Pero el tiempo no acompañaba y el viento barría el pelo rubio y largo del cantante que tenía que repetir la toma una y otra vez.

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El grupo musical Medina Azahara posando en la antigua ciudad de Medina Azahara.

Comenzó a chispear y varias de nuestras amigas corrieron a refugiarse en el punto de encuentro, único lugar techado del yacimiento. Nosotras decidimos seguir para ver las pocas paredes y arcos que seguían en pie después de más mil años (la ciudad la mandó construir Abderraman III entre los años 936 y 976). Fuimos rápidamente, cruzándonos con otros grupos de visitantes que presumían de que eran chicarrones del norte, que una simple llovizna no les iba a amilanar y permanecían parados frente algún muro escuchando las largas explicaciones de su guía.

De repente un torrente de agua comenzó a caer sobre nosotras, el viento puso los paraguas del revés y en unos segundos quedamos empapadas. Todo estaba chorreando, nuestra ropa, nuestros bolsos, nuestras cámaras, nuestro pelo exactamente igual que si acabáramos de salir de la ducha. Ya no quedaba rastro de nadie, ni siquiera de los chicarrones del norte.

El camino de regreso al único lugar techado era cuesta arriba y allí nos dirigimos luchando contra el viento y el agua casi sin poder caminar. En el último tramo estaba ya tan cansada, ahogada y empapada que no me esforcé más y mi amiga me grabó en vídeo desde la protección de la estación base mientras yo subía a paso lento bajo la lluvia…
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Medina Azahara bajo la lluvia, al fondo se ven algunas personas con paraguas.

Nos agolpamos bajo el techo esperando la llegada del bus lanzadera y nos metimos todos dentro como sardinas en lata. El guía nos miraba y repetía: “no quería decirlo… pero os lo dije”.

Todo el día lo pasaría con el pelo mojado y soltando gotitas de lluvia cada vez que movía mi bufanda pero, asombrosamente, no me resfrié.

Después comimos en un buffet, todo muy rico y abundante. Cuando salimos de allí, aún estaban nuestros acompañantes poniéndose morados a base de gambas de Huelva…

Había dejado de llover y las nubes comenzaron a disiparse dando paso a grandes claros azules, de ese color que solo los cielos andaluces poseen.

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Mezquita de Córdoba.
Estuvimos más de media hora sentadas en el autobús vacio, esperando que nuestros compañeros de viaje se dignaran a aparecer para continuar el viaje y comentando la mala pata de que nos lloviera justo en Medina Azahara y ahora saliera el  sol… ¿No podíamos volver? No habíamos logrado ver gran cosa del yacimiento…

Cuando los “abuelillos” regresaron al autobús no faltó quien dijo: “ya hemos comido, ahora volvamos a casa…”

No, no, no… de volver a casa nada, que aún quedaba visitar la Mezquita de Córdoba. Y allí fuimos, aunque el guía nos había prometido que antes nos enseñaría los alrededores contándonos cosas curiosas sobre la ciudad y después quien quisiera tendría tiempo de visitar la Mezquita y los demás podían sentarse a tomar un café tranquilamente.

El autobús paró junto al magnífico puente romano y concertamos el sitio y lugar en el que nos reuniríamos para volver a casa. Pero en el camino entre el puente y la puerta de la Mezquita perdimos de vista al guía y a nuestros compañeros. Los buscamos por todas partes, adentrándonos en las callejuelas de la antigua judería, estrechas, pintorescas y repletas de tiendecillas de recuerdos. Ni rastro. Volvimos sobre nuestros pasos, compramos la entrada de la Mezquita y allí apuramos todo el tiempo que nos habían dado hasta la hora de regreso. Había poca gente en el interior del monumento, pero ninguno de ellos eran nuestros compañeros… Parece ser que ya estaban cansados o que un café puede resultar más atractivo que una catedral incrustada en el interior de una asombrosa mezquita de infinitos arcos.

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Crucero de la catedral renacentista en el interior de la Mezquita de Córdoba.

Corrimos por el puente romano hasta el autobús para llegar a la hora señalada casi sin detenernos para hacer fotos a la silueta de la ciudad. Los “abuelillos” habían sido más rápidos porque estaban todos allí, sentados ordenadamente, diciendo: “ahí llegan las fotógrafas”…

El guía nos anunció que era el cumpleaños del conductor del autobús. Cumplía 65 años y aquel era su último trabajo, a las ocho de la tarde debíamos estar en nuestra ciudad porque comenzaba la jubilación del buen hombre. La gente aplaudió y le cantamos el “cumpleaños feliz”… y deberíamos haberle seguido cantando nosotros antes de que el guía volviera a endosarnos su famosa recopilación de canciones. Cuando hubo terminado el CD nos anunció que no lo volvería a poner si contábamos chistes, porque éramos unos sosos. Como nadie se ofrecía voluntario, comenzó contando él mismo uno verde y malo. La gente siguió sin animarse y el joven cumplió lo dicho haciéndonos escuchar a todo volumen y en bucle el CD que había preparado con tanto cariño… y destacando que había logrado regresar sin que se le perdiera ningún “abuelillo”.
 
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Puente romano y torreón en Córdoba.

Diario de viaje: Albufeira, Lisboa y Cascais V. Cascais y regreso a Lisboa.



Lee las anteriores partes del diario de viaje a Portugal:  parte I (viaje y llegada a Albufeira), parte II (llegada a Lisboa y catedral), parte III (Lisboa) y parte IV (Belém y sus maravillosos monumentos).

Cascáis no es un modelo de coche.

Cuando Mariví me dijo que quería ir a Cascáis la expresión de mi rostro debió de ser un poema. Me da vergüenza admitirlo, pero yo no sabía que Cascáis existía. El nombre me sonó al modelo de un coche que anuncian por televisión y que yo no pensaba comprarme por superstición, porque no iba a montarme en un vehículo que se llamara Cascáis, de “cascarla”.

Cascáis es una preciosa villa a orillas del mar con una fortaleza y varios palacios, muy cerca de Estoril. (Estoril sí que la conozco). Lo llaman “La Costa del Sol portuguesa”. Caminamos por las calles y nos hicimos fotos en sus palacios. Me dio la impresión de ser un sitio muy pintoresco y romántico, hasta el punto de no comprender quién se iba a Estoril pudiendo quedarse allí.

Un puentecito marcaba la entrada a uno de los palacios y cuando subía la marea el agua pasaba por debajo de él hasta acariciar las rocas a los pies del edificio. Los antiguos habitantes solo tenían que bajar hasta el último escalón para acariciar el agua sin mojarse los pies.

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Cascais.
Nos sentamos en  la Praia de los Pescadores  y nos comimos los pasteles de Belém. Había por allí unas mujeres que vendían pulseras de conchas y artesanía. No pudimos resistir la tentación y compramos varias para nosotras y nuestras amigas. Preciosas conchitas nacaradas ensartadas en elástico que varios días después, y ya en España, vimos en una tienda de los chinos a módico precio. ¡Artesanía de Cascais made in China!

¡Ah! Por supuesto Cascáis estaba repleta de españoles.




¡Por fin!

Nuestra apretada agenda no nos había permitido, hasta el momento, montarnos en ningún tranvía y eso que yo no olvidaba los saltos de alegría que había dado al verlos en “vivo y en directo”. No podía marcharme de Lisboa sin haber estado en uno.

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Uno de los tranvías de Lisboa.
Regresamos con el firme propósito de subir en el primer tranvía que viéramos sin importar su destino y así lo hicimos. Era de madera brillante y producía un extraño sonido en su traqueteo habitual por las calles empedradas de la ciudad. Había pocas personas y debieron sorprenderse porque no parábamos de hacernos fotos sentadas aquí y allá. El trayecto fue corto, pasamos por la preciosa Praça del Comércio y nos detuvimos unos metros más allá. Era la última parada y nos pillaba de camino al hotel. Increíblemente habíamos acertado sin pretenderlo en la misma medida en la que nos habíamos equivocado al ir a Cascáis.

Una de las visitas obligadas de Lisboa son los elevadores. Hay dos clases: los que son como tranvías que solo hacen el recorrido de una calle subiendo hacia los barrios altos de la ciudad, y los que son torres donde puedes contemplar Lisboa desde las alturas.

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El famoso elevador de Santa Justa.

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Detalle de las puertas del
elevador de Santa Justa.
Tuvimos la suerte de conseguir montarnos en el más famoso de todos: el elevador de Santa Justa. Además fuimos doblemente afortunados pues era el último “viaje” de la noche y así nos lo advirtió la ascensorista en un perfecto castellano. Creo que casi todos los que subimos en aquel tardío viaje éramos españoles y resultaba extraño el ambiente familiar en contraste con el lugar desconocido. Nos subimos a un ascensor antiguo, de los que la empleada tiene que cerrar una reja y darle a una palanca para que nos elevemos. Nuestra tarjeta de viajes del día nos permitió subir gratis al tranvía y al elevador. Vimos Lisboa desde las alturas, en plena noche, con un viento helado a nuestro alrededor. Solo diez minutos y un montón de fotografías oscuras después estábamos ya en la calle. Pero estábamos felices.

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Vistas desde el elevador de Santa Justa.


¡Sorpresa!

Antes de volver al hotel pasamos por un supermercado “Continente” y nos entretuvimos en debatir si sería del grupo que originariamente tenía ese nombre y que se “fusionó” con Pryca creando Carrefour o, simplemente, era un grupo distinto que se había aprovechado del nombre para ganar clientela. Cuando pasábamos por cualquier supermercado comprábamos latas de paté de sardina, que habíamos probado con asco en Albuferia y que nos había conquistado totalmente.

Ya en el hotel, las chicas nos reunimos en pijama para cenar en nuestra habitación. Estábamos cansadas del largo día y de las maravillas que habíamos visto. De repente unos pasos se oyeron fuera de la habitación y un ruido en la puerta nos hizo guardar silencio. Desde el primer instante supe que estaban “forzando” la cerradura para entrar en la habitación, quizá creyendo que aún estábamos de excursión. Mi fértil imaginación voló, pero no llegó a alcanzar la verdadera razón de aquel ruido. Nadie intentaba forzar nuestra cerradura, de hecho tenían llave, una tarjeta plástica con los mismos agujeritos troquelados y el mismo número de habitación. La puerta se abrió, un viajero dio unos pasos mirando al botones que iba tras él y llevaba su maleta.

-Obrigado- decía cuando la palabra se le congeló en la boca al ver a tres señoritas en pijama en “su” habitación.

Menos mal que el huésped no poseía una fértil imaginación capaz de pensar que las chicas iban incluidas en el servicio y se quedó tan sorprendido como nosotras. Un silencio se hizo entre todos los presentes mientras el botones asomaba la cabeza para averiguar por qué el cliente se había quedado congelado. Cuando nos vio, palideció, se deshizo en disculpas y se marchó con viento fresco, con el visitante y la maleta incluidos.

Nosotras atrancamos la puerta poniendo una silla en el pomo y así dormimos toda la noche sin estar del todo tranquilas.

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La Lisboa moderna.


La Expo 98

Lo primero que me asaltó por la mañana fue una voz masculina que hablaba en portugués. Era la televisión que había vuelto a encenderse sola. Miramos la hora, pero no coincidía con la del día anterior, por lo que descartamos que estuviera programada.

-Os han dado una habitación con fantasma- se rió Mariví a la mañana siguiente cuando le contamos lo ocurrido con la tele.
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Edificios de la Expo 98.


Quería irme del hotel, pero no quería irme de Lisboa. Me encanta esa ciudad y me despedí de ella con tristeza.

Antes de marcharnos estuvimos en el centro comercial Vasco da Gama junto a la Lisboa moderna y justo enfrente de donde se celebró la Expo 98. El Parque de las Naciones es grande y precioso. Las banderas se alinean interminablemente y un teleférico ofrece hermosas vistas.


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Parque de las Naciones.

Festival de Eurovision 2018: paz, amor, lágrimas y una gallina.



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https://en.wikipedia.org/wiki/Eurovision_Song_Contest_2018
Ya contábamos aquí como una balada romántica de Salvador Sobral se alzó con la primera victoria para Portugal en el Festival de Eurovisión de 2017 y, con el premio en la mano, declaraba que “la música no son fuegos artificiales, la música es sentimiento y tiene que decir algo”.

Quizá esto devolvió la fe en un festival que parecía haber olvidado la música y haberse centrado en un show cegador, repleto de parafernalia y distracciones.

España envió a la joven pareja formada por Amaia y Alfred con Tu canción. Cantarle al primer amor con dulzura y ensoñación podía resultar demasiado azucarado para algunos y hasta aburrido para otros, pero logró emocionar a la mayoría de los españoles. La puesta en escena no podía ser más sencilla, tan solo con luces y las linternas de los móviles del público como un cielo plagado de estrellas. Muchos la calificaron de sosa y otros de intimista. Les tocó actuar en segundo lugar, el llamado “puesto maldito”, pues nadie que haya arrancado de esa posición ha logrado la victoria en toda la historia del festival. A pesar de la inocencia que desprendía Tu canción, a pesar de que el público español esperaba un beso final que nunca llegó, la BBC preguntó en sus redes cómo se decía en español "idos a un hotel".

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http://cadenaser.com/ser/2018/05/11/television/1526045484_553831.html
Amaia y Alfred durante su actuación.

Otra apuesta por el amor que fue calificada de almibarada fue la de Lituania, cuya cantante, sentada en el escenario, acompañada por conmovedores hologramas de parejas desde la niñez a la vejez, solo  se levantó para acercarse a su marido, abrazarlo y romper a llorar.

No fue la única que lloró, ya que la cantante portuguesa apenas pudo terminar su balada por la emoción y las lágrimas.

Y sin reponernos aún de tanta melancolía y tristeza, nos encontramos con los ojos vidriosos y el llanto contenido del cantante alemán, Michael Schulte, que interpretaba una de las mejores y más conmovedoras canciones de la noche, You let me walk alone, dedicada a su padre que falleció cuando él era solo un niño y que lo dejó “caminando solo”. También a los que se fueron dedicó su canción Albania.

Casi al final del festival hicieron su aparición los cantantes de Irlanda, país que más victorias (siete) ha alcanzado en el palmarés de Eurovisión y que decidieron que era buena idea cantar una balada romántica con la chica al piano y el chico a la guitarra (como se había barajado que podría hacer España) y con nieve mecida por la brisa como se había visto en el vídeo musical de la canción española. Fue calificada como la puesta en escena más bonita de la noche. Cosas del destino, ellos cosecharon muchos más votos que Tu Canción.

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http://www.abc.es/play/television/eurovision/abci-eurovision-alfred-amaia-harry-potter-201805051629_noticia.html
Un momento de la sobria puesta en escena de la canción española.

Espectaculares fueron la canción y la puesta en escena de Estonia con la cantante lírica Elina Nechayeva cantando a La forza del amor en italiano, con un vestido de 65.000 euros y ocho kilos de peso sobre el que se proyectaban las más bellas imágenes.

Mensajes de paz y humanidad se lanzaba también desde Francia con Mercy, el nombre real de un bebé que nació cuando su madre intentaba llegar como inmigrante ilegal a Europa.

En un hecho histórico se basaba la canción de Dinamarca que con las velas al viento secundaban la postura del antiguo noble vikingo Magnus Erlendsson que se negó a blandir la espada en la batalla de Anglesey Sound (1098) porque creía que los conflictos podían ser resueltos sin violencia.

Italia, cerraba las actuaciones de la noche, con los ganadores del festival de Sanremo, aquel que inspiró la creación de Eurovisión, repitiendo Non mi avete fatto niente(no me has hecho nada), hablando de lo absurdo de la guerra y subtitulando su canción en muchos idiomas, para que su mensaje llegara a todas partes.

La reivindicación más llamativa vino de la mano de Israel con su Toy donde Netta comenzaba cacareando e imitando a una gallina para, luego, dejar claro su mensaje feminista y contra el bullying, gritando “no soy tu juguete, chico estúpido”, entre música repetitiva y atuendo estrafalario. Era la favorita de la noche.

Pero no todo iba a ser lágrimas y mensajes de paz y amor. También había lugar para el espectáculo, el baile y los fuegos artificiales en el Altice Arena de Lisboa. Así lo entendió Alexander Rybak representante de Noruega que ya ganó en 2009 con su famoso violín y su canción Fairytale y que buscaba repetir la victoria este año con That’s How You Write a Song contestando a las miles de cartas que le habían llegado pidiendo consejos sobre cómo escribir una canción. Un juego de puertas imposibles y un look pasado de moda presentaba Moldavia que esperaba que aquel fuera su día de suerte. Un vampiro ucraniano que se levantaba del interior del piano y lo envolvía en llamas abrió el festival. La espectacularidad de las actuaciones al más puro estilo Beyonce o Jennifer López que sumaron puntos para Australia y Chipre nos hacían llegar casi al final de la gala. El salto mortal (nunca mejor dicho) lo dio el  cantante de la República Checa que acabó en el hospital tras uno de los ensayos, pero que finalmente pudo entonar su Lie to me.

Hubo de todo, desde ópera, pop, folk, rock, country hasta heavy. Pero el incidente de la noche lo protagonizó un espontáneo cuando le arrebataba el micrófono a SuRie, cantante de Reino Unido,  mientras interpretaba su preciosa Storm. La británica declinó la invitación de repetir su actuación.

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https://en.wikipedia.org/wiki/Eurovision_Song_Contest_2018
Cuatro mujeres presentaron la gala: Daniela Ruah,
Silvia Alberto,Catarina Furtado y Filomena Cautela.
Y mientras se esperaba que llegasen las votaciones, Salvador Sobral apareció en el escenario, bastante mejorado y con muy buen aspecto, para cantar con su admirado Caetano Veloso Amar pelos dois.

Los favoritos de la noche fueron Israel, Chipre, Alemania, Francia e Italia. Cuando España presentó su candidatura, se colocó en cuarta posición en las casas de apuestas, pero tras los ensayos acabó cayendo hasta el puesto 19.

El jurado profesional dio la sorpresa al colocar en lo más alto de la clasificación a Austria y Suecia. Cesar Sampson (Austria) acarició la victoria en varias ocasiones a lo largo de la noche tras sorprender con su tono góspel y su canción Nobody but you, quedando finalmente en tercera posición. Y Benjamin Ingrosso (Suecia) con su canción disco Dance you off y su cuidada puesta en escena descendió al  séptimo puesto tras sumarse el televoto del público. Y es que los telespectadores lo tenían claro desde el principio. La espectacular Eleni Foureira (Chipre) con su Fuego, compuesta por los mismos músicos que escriben para Jennifer López, deslumbró al público, pero no consiguió arrebatarle la victoria a Netta con su Toy y fue Israel quien se alzó con el triunfo barriendo a sus rivales. La estrambótica Netta recogió el micrófono de cristal de manos de un Salvador Sobral neutro que unos días antes había confesado públicamente que Toy le parecía “una canción horrible”. Y es que, en realidad, para reivindicar algo no es necesario hacerlo de forma llamativamente estrafalaria, porque se corre el peligro de convertir en superficial un mensaje profundo. Todo el mundo conoce ya el tema de Netta como el baile de “la gallina”…


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https://es.wikipedia.org/wiki/Festival_de_la_Canci%C3%B3n_de_Eurovisi%C3%B3n_2018
Los participantes de Eurovisión 2018.

Amaia y Alfred recibieron 61 puntos (solo 18 del televoto) y quedaron en la posición 23 de 26 países. Amaia, tan espontánea y sincera como siempre, afirmó que “es una posición de mierda”, pero que estaban contentos con la actuación y Alfred declaró que siempre habían dicho que les daba igual el puesto en el que quedaran. Tras nuestra derrota no han faltado las voces que declaraban que Lo malo de Aitana y Ana Guerra habría hecho mejor papel en el festival.

Portugal cerró la lista pasando de primer puesto y record de votos en 2017 a última posición con 39 puntos en 2018.

¿Qué impresión dará ver en los futuros recopilatorios de las canciones vencedoras de Eurovisión Amar pelos dois en 2017 seguida de Toy en 2018? ¡Menudo cambio!


Este fue el resultado final del festival de Eurovisión 2018:

1.    Israel. Toy. Netta.
2.    Chipre. Fuego. Eleni Foureira.
3.    Austria. Nobody but you. Cesár Sampson.
4.    Alemania. You let me walk alone. Michael Schulte.
5.    Italia. Non mi avete fatto niente. Erma meta y Fabrizio Moro.
6.    República Checa. Lie to me. Mikolas Josef.
7.    Suecia. Dance you off. Benjamin Ingrosso.
8.    Estonia. La forza. Elina Nechayeva.
9.    Dinamarca. Higher Ground. Rasmussen.
10.Moldavia. My lucky day. DoReDoS.

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http://www.rtve.es/television/20180513/israel-baile-gallina-ganan-eurovision/1732440.shtml
Tabla con los resultados finales de las votaciones.


Inferno. Dan Brown.



Hace tres años que me leí la novela Inferno de Dan Brown y más tarde, cuando estrenaron la película en el cine, corrí a verla. Ahora que ya la han emitido en la televisión quería compartir mis impresiones y que me contarais las vuestras.

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https://www.casadellibro.com/libro-inferno-serie-robert-langdon-4-ed-especial-ilustrada/9788408133087/2358957
Portada de una de las ediciones de
Inferno, novela de Dan Brown.
Las aventuras del catedrático de Simbología de Harvard, Robert Langdon, siempre son interesantes y te descubren muchas cosas sobre historia y arte. No cabe duda de que Dan Brown tiene mucha imaginación, pero está muy bien documentado, solo hay que leer los agradecimientos de sus libros donde siempre se mencionan doctores, historiadores y guías de diversos lugares del mundo donde se ambientan sus obras.


Concretamente para Inferno ha tenido que contar con las instituciones especializadas en Dante y con expertos en historia y arte del Palazzo Vecchio, Galería de los Uffizi, el Duomo en Florencia y de la Basílica de San Marcos, del Palacio Ducal y la Biblioteca Nazionale Marciana en Venecia. Y para que no quepa duda de ello, lo primero que nos dice en su libro es que todas las obras de arte, la literatura, la ciencia y las referencias históricas que aparecen en su novela son reales. Con Robert Langdon nos paseamos por los más importantes “templos del arte” de dos ciudades emblemáticas, como son Florencia y Venecia, caminamos por sus calles, corremos por sus parques, nos escondemos en grutas perseguidos por un drone, desciframos mensajes secretos escondidos en cuadros míticos y nos escapamos por pasadizos secretos de los palacios-museos más importantes del mundo.

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http://www.sensacine.com/peliculas/pelicula-222798/fotos/detalle/?cmediafile=21339489
Cartel de la película Inferno.
El primer capítulo arranca con una pesadilla de Robert, una imagen de una mujer velada que, entre personas consumidas por el fuego y ríos de sangre, le repite “busca y hallarás”. El profesor se despierta gritando y descubre que se encuentra en un hospital, con una herida en la cabeza. Ante él se presenta la doctora Sienna Brooks que le hace las preguntas rutinarias. Langdon está desorientado y no recuerda nada de las últimas cuarenta y ocho horas, de hecho cree haber tenido un accidente y estar en el Hospital General de Massachusetts. Pero, cuando las luces se apagan y deja de ver su propio reflejo en el cristal de la ventana, la silueta de una emblemática ciudad se recorta contra la noche: Florencia. Pocos minutos después una desconocida entra en la UCI, dispara al personal e intenta matar a Robert Langdon quien logra huir con la ayuda de la doctora Sienna Brooks.

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El protagonista, amnésico y herido, descubre que
está en Florencia al ver la famosa silueta de la ciudad.

Posteriormente descubre en el bolsillo de su americana un biotubo para transportar sustancias peligrosas con el conocido símbolo de “riesgo biológico”. Solo su huella dactilar consigue abrir el biotubo en cuyo interior hay un puntero láser que proyecta una fotografía en alta definición del Mapa del infiernode Botticelli, inspirado en el Infernode Dante. Pero el cuadro original ha sido modificado, añadiendo letras, un médico con la máscara de la peste y un mensaje en clave.

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https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Sandro_Botticelli_-_La_Carte_de_l%27Enfer.jpg
El mapa del infierno obra que Sandro Botticelli realizó en la década de 1480.
Desde ese mismo momento Langdon tendrá que enfrentar su amnesia temporal, descubrir quién y por qué quieren matarlo y seguir una serie de pistas apoyándose en el primero de los tres libros de la Divina Comedia de Dante Alighieri: Inferno.

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https://es.wikipedia.org/wiki/Infierno_(Divina_Comedia)
Primera página de
La Divina Comedia de Dante.
No puede confiar en el consulado americano. La policía italiana, el ejército y una asesina a sueldo lo persiguen. Solo cuenta con la ayuda de la doctora Sienna Brooks.

En todo este puzle de acontecimientos intervienen la doctora Elizabeth Sinskey directora de la Organización Mundial de la Salud; el Consorcio, con el facilitador conocido como el preboste, a la cabeza; y la amenaza del difunto bioquímico Bertrand Zobrist, inventor del campo de la manipulación de la línea germinal.

CONTIENE SPOILERS: si no has leído o visto Inferno y piensas hacerlo, no continúes leyendo el artículo.

Zobrist ya se había reunido con Elizabeth para explicarle su punto de vista sobre el peligro que la superpoblación, con su alarmante crecimiento exponencial y la disminución de los recursos naturales, suponía para la supervivencia de la especie. En el pasado solo las epidemias habían purgado la población, controlando su número y, según los historiadores, después de la Peste Negra llegó el Renacimiento. Zobrist quiere trabajar con la Organización Mundial de la Salud para encontrar una solución. La doctora Sinskey se horroriza ante la idea y lo tacha de bioterrorista. Por lo que Zobrist decide actuar por su cuenta, contratando al Consorcio para difundir un amenazador vídeo por internet, donde se ve un lugar sumergido, con una bolsa de plástico Solublon llena de un líquido gelatinoso. Abajo hay una placa de titanio con la fecha del día siguiente y una inscripción:

En este lugar, en esta fecha, el mundo cambió para siempre.

La novela se convierte en una carrera contrarreloj a lo largo de tres ciudades para encontrar la bolsa sumergida e impedir que se rompa y libere su contenido: una plaga biológica creada por Zobrist.

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https://es.wikipedia.org/wiki/Infierno_(Divina_Comedia)
La barca de Dante, cuadro de Delacroix.

Durante toda la obra se nos habla de la filosofía transhumanista en la que Zobrist cree, en la posibilidad de dirigir nuestra propia evolución, de la manipulación genética y de los posthumanos. Sin embargo, la película pasa de puntillas sobre este tema, centrándose solo en la superpoblación.  Si bien, el film comienza con el discurso de Zobrist y sigue, en toda su primera parte, fielmente el hilo argumental de la novela, llega un momento en el que el espectador que se haya leído el libro se queda perplejo. Con los créditos finales te invade una sensación de haber asistido a una obra incompleta donde, no solo quedan cabos sueltos (como el destino que corre Ignazio Busoni, amigo de Langdon), sino que se nos cambia completamente el final, dejando a Sienna como una asesina sin escrúpulos.

Solo hay un cambio en la película respecto al libro que ha quedado muy bien y es el antiguo romance que unió a Langdon con Elizabeth Sinskey, que en el film no es una anciana con el cabello plateado, sino una atractiva doctora de su misma edad.

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https://www.casadellibro.com/libro-divina-comedia/9788437632186/2250005
La Divina Comedia. Dante.
En la película Sienna Brooks utiliza a Langdon para encontrar la bolsa del virus y cerciorarse de que nadie impida que se rompa y libere la plaga biológica. De hecho, consigue un par de explosivos para asegurarse de cumplir con los objetivos de Zobrist. El desenlace es la heroica intervención de la doctora Sinskey y Langdon que, arriesgando sus vidas, se sumergen en el agua y consiguen aislar el virus, evitando que este se propague por el mundo y la muerte, en el intento de impedirlo, de Sienna Brooks. En ningún momento se nos explica la naturaleza del virus. La película ha respetado, sin embargo, la última y divertida escena de la novela, justo antes del epílogo, donde se le rinde otro homenaje más a Dante.

En la obra de Dan Brown, Sienna también utiliza y traiciona a Langdon para hacerse con la bolsa escondida por Zobrist, pero cuando todos llegan a la Cisterna donde está, descubren que la bolsa es biodegradable y se ha disuelto hace una semana, liberando el virus en una de las zonas más turísticas del mundo y que la plaga ya se ha extendido por todo el planeta. La fecha de la placa de titanio no era la fecha de liberación del virus, sino la de su expansión global. 

Robert ve huir a Sienna y la persigue hasta un muelle. Allí, en el último momento, la muchacha decide contarle a Langdon toda la verdad. Enamorada de Zobrist, la joven se había dejado seducir por su inteligencia, su visión futurista y el movimiento transhumanista. Pero, tras descubrir las verdaderas intenciones de su amante, decide impedir que el virus se libere, utilizando los conocimientos de Langdon y siguiendo las pistas con él hasta llegar a la bolsa escondida. Sienna no pidió ayuda a la OMS por falta de confianza y por temor a que los descubrimientos de Zobrist en la manipulación de la línea germinal pudieran ser vendidos a algún gobierno y utilizado como arma. El virus creado por el bioquímico, que se transmite por el aire y es asintomático, modifica genéticamente la célula del infectado. Lo que Zobrist pretendía era evitar el crecimiento exponencial de la población, para lo que creó un virus que no produce la muerte, ni enferma al huésped, pero lo deja estéril. Comprobó que la mutación genética se produce aleatoriamente en uno de cada tres individuos, por lo que en pocas generaciones, la cantidad de población se habrá reducido a un nivel sostenible, sin que se produzca la extinción de la especie, solo con el descenso del número de nacimientos.

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Robert Langdon y Sienna recorren varios museos, palacios
y templos en tres ciudades distintas a lo largo de la trama.
Sienna siente que ha fracasado al no poder impedir la expansión del virus. Langdon habla con la doctora Sinskey para convencerla de que Sienna no debe ir a la cárcel. Tras entrevistarse con ella, la doctora Sinskey, que aún no sabe si intentar crear un contravirus de lo que aún le parece ciencia ficción o no contrarrestarlo para acabar con la superpoblación, decide llevar a Sienna a una importante reunión con los líderes mundiales en Ginebra. Finalmente Sienna acepta colaborar con la OMS y se marcha con la doctora Sinskey. Una vez más, Robert Langdon se queda solo y regresa a sus clases en Harvard.


Diario de viaje: Albufeira, Lisboa y Cascais VI. De regreso a España (Última parte).


Lee las anteriores partes del diario de viaje a Portugal: parte I (viaje y llegada a Albufeira), parte II (llegada a Lisboa y catedral), parte III (Lisboa), parte IV (Belém y sus maravillosos monumentos) y parte V (Cascais y regreso a Lisboa).


Una botella de Coca-Cola

De regreso a Albufeira tomamos las autovías de pago y el viaje fue más corto.
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La botella de Coca-Cola gigante.
Volvimos al mismo hotel del primer día y la recepcionista nos reconoció. Nos saludó muy sonriente y dio a Mariví y Migue un apartamento con cocina y terraza porque ya no le quedaban habitaciones. A nosotras nos dio una de las habitaciones de la planta alta. Cuando subimos nos encontramos que el cuarto tenía vistas a una enorme botella de Coca-Cola, logo gigante de una discoteca. Así que pasamos la noche escuchando retazos de canciones cada vez que abrían o cerraban la puerta del local.


La tarde la pasamos en la piscina del hotel, donde las chicas hicimos toda una sesión de fotos turbando la paz de los bañistas. Uno nos miró mal y lo escuché murmurar entre dientes de forma despectiva: “españoles…”. Los demás aguantaron estoicamente y sin inmutarse nuestras correrías.

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Rotonda en la carretera que sale de Albufeira.
Otro homenaje a los descubridores.
Como el apartamento de nuestros amigos tenía microondas volvimos al Lidl a comprar algo de cena y, por supuesto, más latas de paté de sardina. Lo que más me llamó la atención fue que en la sección de congelados, aparte de pizzas y canelones, lo único que había era bacalao congelado. Sí, muchos tipos de bacalao, cocinado con diferentes recetas, pero todo bacalao. Pues no quedaba más remedio que comer bacalao y lo compramos surtidos. Cuando los probamos nos chupamos los dedos porque estaban realmente buenos.

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Rotonda en Albufeira.


Litros de Alcohol

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Esculturas en el paseo marítimo de Albufeira.
Después de la cena nos fuimos de paseo al centro del pueblo. Justo al lado opuesto de los lugares que conocíamos. Aquello no parecía Las Vegas, pero tampoco faltaban los carteles luminosos. Por todas partes nos “asaltaban” relaciones públicas “invitándonos” a entrar en su local, nos ofrecían las copas a litros, un litro de cerveza, un litro de sangría, un litro de ron… Los locales estaban repletos y había fiesta de disfraces en más de uno. Los turistas de muy diversas nacionalidades (excepto españoles, que me dio la impresión de que esta vez éramos los únicos) se unían a las fiestas, entraban en locales VIP y se caían de borrachos.

En la playa encontramos unas escaleras mecánicas, dos tramos muy empinados a los que subimos para contemplar  las vistas.



Parada en Huelva

Dejamos Portugal por el mismo puente por el que entramos, sin fronteras, pero con muchos nidos de cigüeñas en cualquier campanario o poste de la luz. Vimos Rio Tinto y nos paramos a comer en Huelva.

Fue extraño e impresionante entrar en un bar y que la camarera nos dijera: “sentaros ahí que ahora os atiendo”. Estábamos en casa.

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Monumento a la
Virgen del Rocío.
Huelva.
Fotografías, posters, esculturas y recuerdos varios de la Virgen del Rocío y en las tiendas rebajas de trajes de flamenca por “fin de temporada”. Me hizo gracia, fin de la temporada a primeros de julio cuando aún no se han celebrado la mayoría de las ferias de los pueblos y ciudades de Andalucía.


Hacía un calor horrible pero había en él algo de familiar y común, muy distinto del aire frío de Portugal.

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Catedral de Huelva.
Me empeñé en ver la catedral. Al fin y al cabo nunca había estado en Huelva y quería ver lo que para mí, en nuestra ciudad, es el monumento más importante y que yo creía que lo sería en todas (¿es qué no había aprendido nada en Lisboa?). Todos me contaron  lo desilusionante que era la catedral de Huelva, tanto tanto que cuando la vi no me desilusioné en absoluto. Es pobre, pequeña, pasa desapercibida entre los edificios pero es bonita. Pobrecilla.


Después me empeñé en ver el Monumento a Colón. Si habíamos visto el homenaje que le hicieron a Henrique el Navegante en Lisboa… yo quería ver el que le habíamos hecho a Colón en Huelva. Migue fue todo amabilidad y consideración y me paró el coche en la margen del río donde está el monumento. Diez minutos. Salí del coche corriendo cámara en mano. Corrí y corrí sofocada por el calor pero sintiendo un viento fresco que me recordaba a Lisboa. Allí estaba el monumento de piedra, contemporáneo como los descubridores de Lisboa, pero menos cuidado, menos sublime, menos impresionante.

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Monumento a Cristobal Colón. Huelva.

Después de eso regresamos a casa.

¡Quiero volver a Lisboa!


Consideraciones varias:

Al regresar a casa todo el mundo me preguntó por los tópicos de Portugal y por el bacalao, que es su plato típico. ¡A buena hora me venía yo a enterar! Nadie me había contado nada antes del viaje, pero después varias personas me dijeron que habían estado en el Algarve por las mismas fechas que yo y que nos podríamos haber encontrado al doblar cualquier esquina. ¡Qué impresionante encontrarme con un conocido en un país extraño! ¡Como en las películas! Eso le habría dado más vidilla a mi relato.

Me preguntaron si los portugueses eran antipáticos, si me habían tratado mal (porque todos sabían, menos yo, que odian a los españoles), si todo era muy pobre, si los escaparates de las tiendas tenían bacalaos colgados y si los precios eran muy baratos. Y a todo contesté que não.

A pesar de que puede que haya dicho alguna impertinencia más arriba, me he llevado muy buena impresión del país en general, de la gente y de Lisboa en particular.


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La maravillosa plaza del Comercio con la desembocadura del río Tajo vista desde el castillo de San Jorge. Lisboa.


La llegada (Arrival).



La película arranca con la voz en off de la protagonista tratando de explicarle a su hija donde empieza verdaderamente su historia.

Cierto día, Louise Banks, reputada profesora de lingüística, acude a dar clase pero se encuentra su aula con apenas cuatro o cinco estudiantes a los que no paran de llegarles mensajes a los móviles que los deja atónitos. Cuando pregunta qué ocurre, una de sus alumnas le pide que ponga las noticias. Desde la televisión los periodistas explican que una serie de naves están posicionándose en diferentes puntos del planeta y se desconoce si son naves terrestres experimentales o extraterrestres. La alarma de seguridad suena en todo el campus y la policía desaloja la universidad. Louis vuelve a su casa y enciende la televisión para no volver a apagarla, se acuesta con las noticias y se despierta con ellas.

Doce naves extraterrestres han llegado a la Tierra posándose sobre diferentes lugares sin aparente conexión. Se desconoce si van tripuladas y cuáles son sus intenciones. El pánico se apodera de la población que comienza a hacer acopio de comida y gasolina. El vandalismo no tarda en aparecer.

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Uno de los carteles promocionales de la película.

El ejército acude a Louise para pedirle que traduzca el idioma de los extraterrestres. Pero ella les responde que tiene que ir donde están para poder hacerlo. Al principio se niegan pero, a la noche siguiente, aparece un helicóptero militar que la traslada, junto a Ian Donnelly, un reconocido científico, a Montana, donde una de las enormes naves se mantiene suspendida en vertical a pocos metros del suelo. Allí descubre que todos los países mantienen comunicación y comparten la poca información que van logrando sobre los extraterrestres. La prioridad es saber de dónde vienen y cuáles son sus intenciones.

Cada cierto número de horas una puerta se abre en el casco de la nave y ellos pueden entrar. Protegida con un traje especial y oxígeno, una aterrada Louise, se topa con una pared de cristal y al otro lado, tras una niebla blanca, hay dos extraterrestres. La misión parece imposible, no hay base lingüística común, los sonidos que emiten no pueden ser reproducidos por un humano y no puede establecerse comunicación gestual o no verbal. Ian tampoco sabe cómo reaccionar ante aquellas circunstancias y los militares, ya habituados a entrar en la nave, se sienten decepcionados ante la falta de resultados. El gobierno quiere respuestas rápidamente porque se les acusa de no saber gestionar la situación y Louise no puede hacer otra cosa que explicarles que primero tiene que averiguar si saben qué es una pregunta, si saben tomar decisiones o si se guían por instintos y establecer algún tipo de comunicación, pero eso requiere bastante tiempo.

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Louise en el campamento militar junto a una de las naves.

La vida en el campamento militar que han levantado a los pies de la nave, el estudio continuo de los resultados de los encuentros con los extraterrestres a los que Ian ha apodado Abbott y Costello, las imágenes de su hija, las escenas de la vida juntas y de la terrible enfermedad que las separa, se mezclan en la cabeza de Louise, mientras el tiempo corre en contra de la humanidad. Algunos países parecen haber descubierto algo y se niegan a compartir la información, desconectándose de la videoconferencia continua que mantienen. Tras ellos se produce la desconexión de todos. Louise comprende que la Tierra no tiene un líder con el que poder dialogar y que los extraterrestres, en realidad, se encuentran sin nadie enfrente que represente a toda la humanidad. Para colmo de males, China es el primer país en movilizar las tropas y decidirse a declarar la guerra a los alienígenas, pero no será el único.

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La historia de tu vida obra de Ted Chiang.
Esta no es una película de ciencia ficción al uso, los extraterrestres no llegan lanzando rayos cósmicos que hagan estallar edificios emblemáticos, ni aniquilando a la población. A pesar de su ritmo lento, su falta de violencia y su trasfondo filosófico, Villeneuve ha conseguido un film redondo que ha cosechado muy buenas críticas, el favor del público y la aprobación del mismísimo Ted Chiang que ha quedado encantado con la adaptación de su relato La historia de tu vida.


CONTIENE SPOLERS

Los alienígenas que han aterrizado en la Tierra solo quieren transmitir un mensaje que los terrestres no logran descifrar y que advierten como una amenaza, mientras son incapaces de colaborar entre ellos para aclarar la situación. El héroe que “salva” a la humanidad no es un hombre curtido y valiente, que se enfrente a los peligros con un arma en la mano. Las personas que intentan establecer un entendimiento entre los heptápodos y los terrestres, no lo hacen a sangre y fuego, son lingüistas y científicos que reúnen grandes dosis de valor, paciencia y estudio. La guerra se evita con el lenguaje y la verdadera salvadora de nuestra especie y la de los extraterrestres, es una experta filóloga que, muerta de miedo y desesperada, decide quitarse el traje protector, respirar a pleno pulmón, exponerse a los bacterias y los virus extraterrestres que puedan infectarla, escribir en una pizarra “human” y esperar una respuesta del otro lado. Y la obtiene, la obtiene en forma de círculos de tinta que todo su equipo tiene que descifrar como si de una adivinanza se tratara, un gran puzle cuyas piezas acabarán encajando a la perfección y cambiando nuestra percepción del mundo, de la realidad y del tiempo.

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Louise intenta comunicarse con los extraterrestres y explicarles quienes somos.

Con un ritmo lento, el ritmo que requiere estudiar bien un idioma, y muchos quebraderos de cabeza, Louise aprenderá el heptápodo, un lenguaje no lineal, donde no hay un antes y un después, donde el tiempo no juega ningún papel, donde hay que entenderlo todo de una sola vez y aprehenderá el mensaje extraterrestre en toda su magnitud.

Villeneuve, el director de la película, nos cuenta una historia donde el tiempo es la verdadera clave. Aquí no encontraremos ritmos rápidos y escenas de acción, aquí priman los sentimientos y la protagonista tiene que soportar una gran carga emocional que la lleva a replantearse toda su existencia. La comunicación, la lengua, la filosofía, el humanismo y la metafísica juegan un papel fundamental en el argumento.

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Desesperada por la falta de comunicación, Louise decide
quitarse el traje protector y acercarse a los extraterrestres.

Para su película Villeneuve se ha basado en la teoría de la relatividad lingüística o hipótesis de Sapir-Whorf (teoría que tiene muchos detractores) donde se trata de demostrar que las categorías gramaticales del lenguaje que habla una persona están estrechamente relacionadas con la forma en la que conceptualiza el mundo que le rodea. Por eso para los extraterrestres es tan importante que los humanos aprendamos su idioma, esto cambia nuestra concepción de la realidad y nuestra percepción del tiempo, convirtiéndose en un paso fundamental para prestarles la ayuda que necesitarán dentro de 3000 años.
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Los extraterrestres intentan enseñarnos su idioma a través de círculos de tinta,
y transmitirnos un mensaje que cambiará nuestra concepción de la realidad.

El giro final, que cierra la historia como un círculo, como uno de esos círculos de tinta con los que Abbott y Costello se comunican, hace cobrar un nuevo sentido a los primeros minutos del film y deja pensando al espectador. Si pudiéramos conocer el futuro ¿cambiaríamos nuestro pasado?, ¿el destino está escrito o se puede cambiar?


Diario de viaje: Florencia y Pisa I. Una marquesa imaginaria con miedo a volar.



Como una marquesa.

La historia que os cuento comienza en Baeza, Patrimonio de la Humanidad, tierra hermosa donde las haya, con sus magníficos palacios y sus plazas que te transportan a otra época. Quien no haya estado en Baeza no entenderá cómo el tiempo puede detenerse y la historia plantarse, no comprenderá como las cosas bellas pueden llegar a hacerse costumbre y lo sorprendente es dejar de verlas.

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Vista de la preciosa localidad de Baeza, Jaén (España).

Nos hospedamos en el palacio de los Salcedo. Apellido noble, pero más noble el edificio, con un patio interior de arcos de medio punto de un sobrio renacimiento español. Las habitaciones ambientadas en época tardía, con un armario de puertas con telilla metálica (que, en mi ignorancia, me recordaban las de un gallinero), una gran cama y un baño con decoración exquisita. Las noches pasaron apacibles, las mañanas, al abrir la puerta de la habitación y encontrarme con la columnata, se tornaban alegres y radiantes. Los días me habían transportado en la máquina del tiempo. Incluso tuve la oportunidad de ver la serie “Águila Roja” en mi habitación “ambientada” y me sentí como la señora marquesa en mi palacio precioso y tranquilo.

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El patio interior del Palacio de los Salcedo en Baeza.

Pero Baeza dejó tan profunda huella en mí, concretamente en mi brazo, que no pude dejar de llevarla conmigo. Fue el día que subí a la torre de la catedral. Unas empinadas escaleras de caracol, sin barandilla ni nada que se le parezca, cada vez más rústicas y estrechas, cada vez más sofocantes y oscuras marcaban la ascensión. Arrepintiéndome de la subida estaba, cuando alcancé a ver la luz de la cúspide y mi ánimo recobró fuerzas. Subí, subí y, cegada por el sol, no vi una inesperada barandilla exterior con un hierro suelto que me sacudió el brazo. Sentí que el hueso me vibraba, como una campana tañida, y la carne me quemaba. De recuerdo de Baeza me llevé un inmenso moratón.

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Torre de la catedral de Baeza.


Exigencias y más exigencias.

No me dio tiempo a descansar. Solo pasé una noche en mi cama y al día siguiente tuve que preparar la maleta para el siguiente viaje. Esa misma tarde volábamos hacia Pisa. Apenas había aterrizado en el siglo XXI cuando me tuve que meter en el aeropuerto. Llevaba solo una maleta, una maleta muy bien pensada (días enteros pensando en ella y en el dichoso neceser transparente con tarritos pequeños donde debían ir los productos de higiene personal), todo tenía que caber en esas medidas exactas que te exigen las compañías aéreas low cost. Te pueden cobrar por todo. Me habían contado que si llevas tu bolso y tu maleta lo consideran dos bultos y te cobran 50 euros por la maleta, que no puedes llevar botella de agua al pasar el control, que cualquier cosa te pita y tienes que quitarte el cinturón y los  zapatos. Todo un quebradero de cabeza para no llevar nada metálico que haga saltar una alarma, el neceser a mano para enseñárselo al de seguridad, la maleta medida porque si excede de las dimensiones indicadas te la cobran a 50 euros, los billetes de avión impresos a la mejor calidad y en color porque si no les parece bien te lo sacan ellos por otro “módico” precio. Además habíamos sacado una segunda copia, por si las moscas. Todo eran  exigencias. En lugar de que los pasajeros exigieran sus derechos, era la compañía de low cost la que exigía al pasajero. Estábamos preparadas, con dinero extra, seguras de que nos pondrían alguna pega, alguna trampa, para poder cobrarnos más.

Yo iba asustada. No era la primera vez que montaba en avión. Pero cuando lo hice, era una quinceañera inconsciente y ahora era una adulta… demasiado miedosa.

Pasamos todos los controles y me asaltó el remordimiento. No sonó ninguna alarma, no midieron ni pesaron la maleta, no pusieron pegas a la tarjeta de embarque, no me pidieron que mostrara el neceser. No había trampa ni cartón. Y yo creyendo que eran unos timadores que daban cualquier escusa para cobrarte más de lo acordado. No, nada de eso. La gente llevaba maletas más grandes, habían imprimido sus pasajes en blanco y negro con calidad dudosa y nadie había puesto objeciones.

¿En el asiento del piloto?

Cuando abrieron las puertas para el embarque la gente se apresuró a ponerse en la cola, una cola muy larga y llena de prisas. Los miré sorprendida y pensé que estaban muy impacientes por montarse en el avión… demasiado impacientes. ¿Solo yo tenía miedo?

Una azafata muy sonriente y un “azafato” graciosillo nos recibieron en las puertas del avión dándonos la bienvenida. Yo iba con el billete de embarque en la mano, mirando el número de asiento que llevaba escrito. Me parecía un número demasiado alto para un avión de esas dimensiones, pero como habíamos sacado las plazas con poca antelación pensamos que nuestro sitio sería al final. Cuando entramos ya había varias personas  sentadas en las dos primeras filas (los que habían embarcado como preferente) y la gente se iba sentando por la zona delantera. Nosotras comenzamos a caminar y caminar mirando los asientos. ¿Dónde nos sentamos? Llegamos al final y ni rastro de nuestra numeración.

La gente ya había acaparado la zona delantera, pero seguían entrando pasajeros. Tuvimos que volver a la zona donde estaba el azafato sonriente, yendo contracorriente, para decirle que no encontrábamos nuestro sitio y que nos ayudara. Así, cruzándonos con la gente en los estrechos pasillos y estorbándonos unos a otros, oí retazos de conversaciones y comprendí que no estaban siguiendo ninguna numeración.

-¿Dónde nos sentamos?- preguntó Eva.

-Donde queráis- respondió el graciosillo – Menos en el asiento del piloto.

Quedamos como unas catetas. Me sentí como Martínez Soria en Torremolinos.
No quedaba ya demasiado donde elegir, así que, como novatas que éramos, nos sentamos en la mitad del avión, justo en las alas.


El despegue.

Seguía teniendo miedo y recordando la fuerte sacudida y el ataque de risa nerviosa que le dio a la versión quinceañera de mí misma cuando se elevó el avión que me llevaba a Mallorca… ¡yo también quería un puente, como en la canción! Pero esta vez no hubo nada de eso, ni sacudida, ni risa nerviosa, ni deseos de un puente. Las que sí se reían eran las azafatas haciendo, con poca gana y mucho cachondeo, los típicos gestos de las explicaciones sobre  casos de emergencia. Todo en inglés, por supuesto. Inglés, inglés y más inglés. Luego en español ¡ya era hora!

-Debajo de sus asientos tienen chalecos salvavidas en el caso, bastante improbable, de que caigamos al mar.

¿Eh? ¿Qué ha dicho? ¿Bastante improbable caer en el mar?... ¡Pues como caigamos en tierra no lo contamos! ¡Ay, ay! ¡Qué miedo!

Después lo explicaron en italiano y las azafatas seguían con su cachondeo.

Estábamos en el aire. La verdad es que con tanto lio de idiomas, la novedad de las explicaciones y las risas de las azafatas se me fue pasando el miedo. Ellas estaban tan sonrientes, con tanto cachondeo encima y hacían ese viaje todos los días, varias veces… Entonces, no habría nada que temer.
Miré por la ventanilla. Las alas temblaban… ¡ay! ¡ay!

-No deberíamos habernos sentado aquí. ¿Será normal que las alas vibren tanto? A la vuelta nos sentamos en otro lugar.

Otra vez me asomé a la ventanilla. La ciudad se empequeñecía, el cielo lo inundaba todo, el mapa empezaba a tomar forma. Fue precioso, de una belleza tan cautivadora que tenía la sensación de que valía la pena y no podía apartar los ojos de allí.


De compras en el teletienda.

Volvieron a dirigirse a nosotros por la megafonía del avión. Yo atendí. Esperaba más instrucciones. No las había, solo nos informaban que nos iban a pasar una revista de la compañía y que estaba a nuestra disposición la prensa del día a un “módico” precio. Las revistas no llegaron hasta nosotras y la prensa no la compramos.

Yo no lo sabía, pero este era el preludio de la hora y media de teletienda con el volumen a tope que nos esperaba en el avión. Las azafatas iban apareciendo muy sonrientes con los productos disponibles: comida, revistas, joyas, relojes, perfumes, cremas antiarrugas, lotería, billetes de autobús…

-Si os toca la lotería de abordo todo el personal estará encantado de acompañaros al Caribe o cualquier otro destino que elijáis para vuestras maravillosas vacaciones. Invitadnos- decía la azafata posando como si estuviéramos en la tele.

Después de prestar atención a los primeros productos y, descubriendo que el viaje iba ser un teletienda intensivo, hicimos caso omiso, sacamos la cámara y nos hicimos fotos.

Aunque parezca mentira la gente compraba. Habían salido de España con lo necesario, pero de repente, en el avión, descubrían que no podían vivir sin ese precioso reloj o ese perfume embriagador.

Una de las pasajeras probó el perfume. Era de spray. Un olor maravilloso. Después se lo quiso dar a probar a su acompañante, pero aunque apretaba el botón no salía más perfume.

-Esto está roto- le dijo a la azafata.

-No, no- se rió – Es por la presión de la cabina. Solo sale una vez porque ya estaba en el tubo, pero la presión impide que vuelva a salir. Cuando estemos en tierra funcionará perfectamente.

-¡Oh, claro!- respondió la pasajera avergonzada.

“Otra Martínez Soria” pensé yo con cierto alivio.

Nos habíamos comprado dos botellitas de agua en la sala de embarque a precio de oro. Entonces, saqué de nuevo la botella y vi que,  efectivamente, se había salido todo el aire de ella y estaba medio aplastada, y mantenía su forma porque le quedaba agua dentro. Curioso.

Atardecer entre nubes.

Ya estaba tranquila. Como una niña curiosa a la que todo le asombra, las cosas que veía y escuchaba llamaban tanto mi atención que el miedo había desaparecido.

Había pensado que yo era la única tonta miedosa y que el resto de los pasajeros estaban de lo más tranquilos, pero al levantarme de mi asiento descubrí la cantidad de gente asustada que viajaba con nosotros. Algunos habían bajado la “persiana” para no ver que estaban en el aire, pero la mayoría de los miedosos estaban tumbados sobre el regazo de su acompañante,  con las manos en la cara, deseando tomar tierra. Me sorprendió y me entristeció. Ni el teletienda, ni el cachondeo de las azafatas les había tranquilizado.

Volví sobre mis pasos y se lo conté a Eva. Nosotras mirábamos por la ventana, pese a las alas temblorosas.

Atardecía. El atardecer más bello y novedoso que había visto. Desde el aire, sobre las nubes, con la luna más cerca y más grande, el cielo se sonrosaba y el sol se perdía hacia España, mi querida España donde aún era de día, mientras que mirando al frente, hacia Italia, ya reinaba la oscuridad de la noche.

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Atardecer entre nubes.


¡Aplausos!

En la oscuridad de la noche se divisaron las luces de las ciudades. El mapa del norte de Italia se recortaba sobre el Mediterráneo como en un sueño.

El teletienda no finalizó hasta pocos segundos antes de que nos indicaran que íbamos a tomar tierra y nos advirtieran que siguiéramos las indicaciones del personal, ya que íbamos a tener que caminar por la pista y resultaba extremadamente peligroso pasar por debajo de uno de los motores. Después nos agradecieron que voláramos con ellos.

De repente las luces se encendieron, parpadearon y una música de caballería resonó aún a mayor volumen que el teletienda. La gente comenzó a aplaudir estrepitosamente, como en uno de esos concursos donde el regidor levanta el letrero que dice “Aplausos”.

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Celebran que no nos hemos estrellado?- pregunté sobresaltada.

Evidentemente la gente, acostumbrada a viajar en avión, sabía algo que nosotras ignoráramos. Después comprendimos que tal alboroto se debía al hecho de haber llegado al destino antes de la hora fijada, como si tuvieran que batir algún record personal.

Al bajar, la zona cercana a los motores había sido acordonada con una cinta blanca reflectante y el personal se afanaba porque nadie se despistara y caminara en fila por el lugar indicado. Estábamos cerca de la terminal, pero tuvimos que recorrer un trecho antes de llegar a la zona cubierta. El primer suelo italiano que pisaba era el asfalto de las pistas del aeropuerto de Pisa.

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La ciudad vista desde el cielo nocturno.



Diario de viaje: Florencia y Pisa II. El duomo sin Síndrome de Florencia.



Celos. Primer contacto con los italianos.

Ya me habían advertido que la salida del aeropuerto de Pisa no tenía pérdida. Me lo habían descrito como un mini aeropuerto, concretamente como el “aeropuerto de los Pin y Pon”, tan gráfico, tan nostálgico, tan gracioso y tan real.

Teníamos que buscar la estación de tren y sacar el billete para Florencia que estaba a una hora de camino. Nos compramos algo de cenar en una especie de pizzería del aeropuerto, lujoso y desierto, a un precio alto y buscamos nuestro camino. Los carteles de compañías Low Cost cubrían buena parte de los espacios comunes y más parecía que el edificio lo hubiesen construido ellos para su uso personal.

La pequeña estación de tren, a juego con el aeropuerto, también estaba desierta, solo una pareja de mediana edad esperaba el tren rumbo a Florencia.
Miramos los billetes y nos preguntamos si solo había que llevarlos así o había que validarlos antes de entrar en el tren. El italiano nos miró repetidamente y al final se acercó a nosotras para explicarnos que debíamos pasar el billete por una máquina que los validaba antes de entrar.

-Nosotros también veníamos en el mismo avión que vosotras- nos dijo con fuerte acento italiano y mezclando palabras – Hemos estado tres semanas en Andalucía y nos ha gustado mucho.

Su mujer lo miró furiosa y le hizo señas para que volviera con ella.

-En Córdoba, Granada, Sevilla… Muy bonito- continúo hablando - ¿Qué ciudades vais a visitar?

-Florencia y Pisa.

-¿Nada más?- preguntó asombrado mientras su mujer se ponía a nuestra altura y lo agarraba del brazo tratando de arrastrarlo hasta otro lugar.

-Gracias por su ayuda- le  dije antes de que su mujer se lo llevará  con cara de enfado. Después la vi regañarle en un italiano alterado e ininteligible a mi oído.

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Vista del atardecer desde el avión.



De Pisa a Inglaterra.

Al ocupar nuestros asientos en el tren dirección a Florencia perdimos de vista al italiano amable y su mujer celosa. No nos dio tiempo a echarlos de menos pues enseguida la gente que viajaba a nuestro alrededor captó nuestra atención. Delante de nosotras viajaba una pareja muy jovencita que descansaba, con ropa de playa, uno sobre el hombro de otro y, de vez en cuando, cruzaban alguna amable palabra en inglés. Cerca de ellos teníamos a dos adolescentes, quemadas por el sol, que charlaban en inglés, mientras se afanaban por sujetar sus mochilas. A la derecha viajaban cuatro jóvenes amigas, a las que les asomaban los biquinis por debajo de la ropa y que también se comunicaban en inglés. Hablaban muy fuerte,  tres decían algunas frases, algunas interjecciones, pero era la cuarta (la menos femenina de todas) la que contaba multitud de anécdotas divertidísimas, a juzgar por la risa de las otras, de las que solo entendí algo de una taza de té.

Donde quiera que miraba solo veía ingleses quemados por el sol, estudiantes ingleses, turistas ingleses… y ningún italiano.  Aquí y allá se oían retazos de conversaciones en inglés.

-Creo que nos hemos equivocado de tren- le dije a Eva-, este va a Inglaterra.
A los italianos los logramos ver en una de las estaciones próximas a Florencia, donde se subieron en tropel un montón de jovencitos hinchas de un equipo de fútbol con sus camisetas, sus banderines, sus bufandas y su alegría. No sé si estaban contentos porque había ganado su equipo y se iban a Florencia de marcha para celebrarlo o si iban a ver el partido, pero a juzgar por la hora debía ser lo primero.

Llegada a Florencia.

Salí del tren desorientada y nerviosa. Estaba en Italia. Mi mente, acostumbrada a leer novelas decimonónicas donde se pasaban días de viaje hasta llegar a su destino, no terminaba de asimilar que estaba en otro país. Y ¿en qué país? ¿En Italia, en Gran Bretaña?

Antonio nos esperaba en la estación. Había llegado antes que nosotras y había tenido tiempo de visitar la vecina Siena (que, a juzgar por su entusiasmo, debía ser preciosa) y había paseado por Florencia.

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Baptisterio de Florencia.
Nos recibió comentándonos que nos había comprado unos bocadillos porque a la hora que llegábamos (las doce de la noche) no había nada abierto. Nos guió por las calles, evitando pasar por el duomo, ya que prefería que lo viéramos a la luz del día y nos asombráramos ante tal maravilla, él lo había vivido con total entusiasmo y se había quedado prendado de aquel fantástico edificio. Yo me imaginé la famosa cúpula del duomo asomando entre las torres de la ciudad renacentista. Había saltado del renacimiento español al renacimiento italiano. Un lujo que no todo el mundo tiene oportunidad de apreciar.

Mi primer contacto con Florencia no fue del todo bueno. Caminamos hasta el hotel, que se encontraba muy cerca de la estación, en un ambiente solitario, triste, con un alumbrado pobre, un empedrado oscuro y unas calles sucias.

El hotel.

El hotel era de tres estrellas y estaba bien. No se correspondía con las tres estrellas de España, pero estaba limpio. Además, éramos unas afortunadas porque nos habían dado una habitación por encima del nivel del resto.
El recepcionista era un tipo tozudo e incapaz de explicarte nada, que nos dio desconfianza.

En realidad, el hotel debía estar completo y nos asignaron una habitación para minusválidos, la única del bajo y mucho más grande que el resto. Los muebles no llegaban a rozar la categoría de Ikea, y eran algo anticuados, pero no nos importó. Todo estaba limpio y en orden, teníamos cuarto de baño con ducha, que ya era bastante teniendo en cuenta lo que se acostumbra a tener en los hoteles normales. Nos habían contado verdaderas barbaridades y sobre todo nos habían aconsejado que jamás aceptáramos una habitación con ducha veneciana. Al parecer, la ducha veneciana era un cuadrado en el suelo rodeado por una cortina, que a veces tenía el váter dentro… La primera impresión fue buena, sin embargo, nos sorprendió que no hubiera toallas. En su lugar teníamos una especie de paños de cocina en el toallero.

En el cuarto de baño descubrimos algo que volvimos a ver en otros lugares, como en los aseos públicos, y que nos pareció asqueroso. Es una modalidad de váter que nosotras nombramos como “váter-bidé” ya que era una combinación de ambos, de manera que podías lavarte sin levantarte de la taza…

Nos comimos los bocadillos sin poder evitar que unas migas de pan cayeran en el suelo.

A la mañana siguiente, no me sorprendió encontrarme en aquella habitación extraña. No era mi habitación, ni la de época de Baeza, pero no me sorprendió. Estaba muy cansada, había pasado muchos nervios, tenía mucho sueño… No quería levantarme…

Fuimos al comedor para desayunar. Allí, una camarera muy simpática, nos preguntó qué queríamos tomar. Hablaba solo italiano, pero, poniendo cada una de su parte, logramos entendernos sin dificultades. La mesa estaba preparada con tostadas y bollería. Ella nos trajo el café del desayuno. Fue la persona más educada y atenta de cuantas nos encontramos. Se aprendió nuestras preferencias casi de inmediato y todas las mañanas, antes de que le dijéramos nada, nos preguntaba si tomaríamos lo de siempre.

Cruzar “a la italiana”.

Si algo aprendimos rápido en Florencia es que los coches más antiguos convivían con los Mercedes, en las calles sucias y empedradas los motocarros de los años sesenta seguían circulando en una extraña mezcla con las cada vez más numerosas bicicletas. Pero todo el mundo ignoraba los pasos de peatones, los cruces y hasta los semáforos. Así que tuvimos que lanzarnos a lo que se conoce como “cruzar a la italiana”, es decir, observar a ambos lados y si los coches y los ciclistas aún están a considerable distancia, lanzarnos rápidamente hacia la otra acera.

El Duomo.

Antonio estaba contento, quería conducirnos a la plaza del Duomo con toda la ilusión, pensando que la presencia de la imponente cúpula, tan representativa de la ciudad, nos emocionaría tanto como a él.

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Santa María de Fiore, el duomo de Florencia con su famosa cúpula.

Cuando llegamos, una horda de turistas sacaban fotos sin parar y en las calles aledañas los improvisados mercadillos de souvenirs lo llenaban todo. Eva y yo miramos la cúpula y después nos miramos la una a la otra. Sí, tal y como podíamos ver en las fotos, allí estaba, donde debía estar, y era hermosa, pero desilusionantemente más baja y gruesa de lo que debía ser, o mejor dicho, de lo que nosotras nos habíamos imaginado que era. ¡Oh! ¡La maravillosa cúpula del Duomo de Florencia! Una de las obras más importantes del mundo, me desilusionó y aquello me hizo sentir culpa y tristeza.

Supongo que Antonio no se explicaba aquella falta de emoción con que afrontamos nuestras primeras fotos en el exterior del duomo.  

Horas después, nos sentaríamos en su acogedora escalinata, de espaldas a la puerta, charlaríamos bajo el cielo nocturno de Florencia, ante la atenta mirada de la cúpula y del campanile, y repetiríamos ese rito todas las noches.

La plaza del duomo.

Santa María de Fiore, nombre precioso y evocador, se levantaba impasible con su mármol blanco y oscuro ante nuestros ojos. Su fachada tenía los arcos iluminados por el dorado de las aureolas de los personajes que representaban escenas bíblicas. Fue lo que me más me sorprendió ¿cómo resistía ese dorado, bajo el pobre abrigo de un arco, las inclemencias del tiempo? En aquel septiembre hacía sol y mucho calor, pero cuando llegaran las lluvias otoñales… ¿lo protegerían de algún modo o acaso acababan de ser restaurados?

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Campanile.
El campanile se elevaba orgulloso, separado de la catedral, tal y como están todos los campanarios de Italia. Cerca, pero sin llegar a tocarse, duomo y campanile convivían en armoniosa dependencia.

Enfrente, un gran baptisterio llenaba la plaza, dejando a penas espacio a los turistas que se agolpaban para llegar a las famosas Puertas del Paraíso y se estorbaban para hacerse fotos delante de ellas. Me acerqué a las rejas e intenté hacer fotos, pero cada vez que Eva o yo posábamos, algún japonés se cruzaba entre el objetivo y el motivo fotografiado. La segunda vez que pasamos por allí tuvimos más suerte, pues, como si de un acuerdo mudo se tratara, todos esperábamos ordenadamente para hacernos la foto sin estorbar a los otros turistas.

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La plaza del duomo con el baptisterio en primer plano.

Antonio miraba entusiasmado las escenas bíblicas de la puerta y sonreía ante el oro de sus puertas. Sentí desilusionarlo al decirle que no eran las originales pues, según yo había estudiado, las originales se encontraban en el museo del duomo. No lo desilusioné, al contrario, se reafirmó en la idea de que la equivocada era yo, puesto que el brillo deslumbrantemente dorado de las Puertas del Paraíso no podía ser más que de verdadero oro y porque, además, así lo afirmaba la pequeña guía turística que había traído en la maleta.

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Las Puertas del Paraiso.
Días después, cuando nos adentramos hasta la misma puerta del museo del Duomo, por unas escaleras gastadas que descansaban sobre otras antiquísimas que podían verse bajo la pobre iluminación de los focos amarillentos, pude ver el cartel (un folio con letras de ordenador) indicando que las Puertas del Paraíso reales se encontraban en restauración. Así que el museo tenía pocos visitantes, ya que la faltaba el objeto principal de la colección. Nosotros tampoco entramos.


Diario de viaje: Florencia y Pisa III. David, la Galería de los Uffizi y las Capillas Mediceas.


Lee también: Diario de viaje Florencia y Pisa: Parte I (Una marquesa imaginaria con miedo a volar) y parte II (el Duomo sin Síndrome de Florencia).

La Plaza de la Señoría.

La plaza de la Señoría es una de las más bonitas del mundo, allí encontramos las esculturas más famosas y allí estuvo  destinado el verdadero David de Miguel Ángel, aunque hoy en día lo representa una copia muy conseguida. Delante del Palacio Vecchio, exhibe su grandeza con la mirada perdida, mientras todos los turistas se fotografiaban con él. Bajo las columnatas se muestran fuertes y ajenos otros personajes famosos, incluido Perseo con la cabeza de Medusa en su mano. Imposible permanecer insensible a tanto arte, imposible no pasar por allí cada día cámara en mano y fotografiarte las veces que hagan falta.
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Réplica de David de Miguel Ángel
en el lugar que ocupaba el original.


Ganado y… ¡¡¡¡no wáter!!!!

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Perseo con la cabeza de Medusa.
Nuestra siguiente parada fue el palacio de los Uffizi y su magnífica colección. En el año de nuestro viaje, 2011, la fachada exterior estaba siendo restaurada, por lo que no pudimos pasear por esa maravillosa calle, como de corredor jalonada de balcones en forma de “U”. Recuerdo que hacía mucho calor, pero éramos unos privilegiados porque teníamos un pase preferente adquirido en la oficina de turismo esa misma mañana, por el módico precio de 100 euros. El empleado de la oficina, un hombre de color, alto y fuerte, como los policías de las películas norteamericanas, nos explicó todo increíblemente rápido en un inglés ininteligible y no se esforzó lo más mínimo por saber si nos habíamos enterado de algo. Nuestras caras debían ser un poema, aunque Antonio sí debió entender algo, eso o es capaz de poner una buena cara de póker… aunque si lo comprendió, no nos dijo nada. El empleado había soltado su discurso con desgana, el mismo que explicaba a todo el mundo independientemente de su nacionalidad y luego nos mostró el mapa y los pases. Yo le tendí el billete de 100 euros, mientras él lo tomaba por un extremo… pero yo no lo soltaba… ¡ay, ay, 100 euros! Me miró un momento, hasta que fui capaz de aflojar la presión de mis dedos y deje volar una pequeña fortuna a cambio de un par de trozos de cartulina…

Nuestros pases nos colocaron en una pequeña cola, mientras el grueso de los turistas esperaba más de una hora pacientemente para entrar en el museo. Aún así, los guardias de la puerta nos pusieron en fila india y nos iban dando instrucciones con tono desagradable, ni siquiera suavizado por el acento italiano, nos daban empujoncitos o nos detenían drásticamente a su antojo, según iban juzgando (a ojo de buen cubero) cuantas personas podían entrar en cada tanda. Bueno, eso de “personas” nos los decíamos los turistas entre nosotros para darnos ánimos y no dejarnos amedrentar por el trato de ganado que estábamos sufriendo. Aguantamos estoicamente para ver las maravillas de los Uffizi.

Una vez que franqueamos el arco (detecta metales) de la puerta, unos empleados, muy antipáticos, nos iban gritando continuamente dos palabras que resultaron de lo más familiares a lo largo de la estancia y que siempre salían al aire acompañadas de un grito y un gesto autoritario. Aquellas dos famosas palabras que no dejan de oírse en los museos florentinos son: ¡¡¡¡¡¡¡No wáter!!!!!!! . Y así nos iban obligando a tirar nuestras botellas de agua a un contenedor, colocado a tal efecto, en la entrada de la primera sala.

Dorados, dorados… y más dorados.

La colección de los Uffizi es impresionante. Tiene infinidad de cuadros y esculturas y el mismo edificio es una preciosidad. Allí pueden contemplarse muchos de los cuadros más famosos, los que se estudian en las universidades del mundo, los que más se reproducen en los libros, los más prestigiosos, los autores más geniales de la pintura italiana. Por esta razón, no lograba explicarme el  motivo por el que habían puesto cuadros de “relleno” y digo de relleno porque palidecían frente a los de los grandes pintores, porque no eran ni una sombra de aquel  Fray Angélico que te iluminaba desde la pared de al lado, porque junto a las obras maestras, se mostraban más grotescos en sus errores, en sus detalles, y no había que ser ningún experto para apreciar que no era suficiente que tuviera un dorado y un cartel que dijera “A la manera de Giotto” para que pudiera acompañarlo en la misma pared. Evidentemente, no todos los pintores son unos genios y no todos los cuadros tienen la misma calidad artística, pero esas obras que ofendían a los maestros a los que le robaban el nombre, hubiesen resultado menos grotescas en cualquier museo provincial. Pensé que si tenían las grandes obras de cientos de autores no necesitaban “rellenar” el espacio con nada más, sobre todo por lo sobrecargado de sus paredes y de sus salas. Las esculturas romanas pasaban desapercibidas ante tantos cuadros mundialmente conocidos y las vistas desde sus ventanales palidecían en comparación con El nacimiento de Venus.

Al principio, fue intensamente emocionante y embriagador ver todos los cuadros del renacimiento temprano, donde las madonas con sus aureolas de un oro deslumbrante te sonreían tranquilamente desde su tela. Madonas solas, madonas con niño, madonas aquí, madonas allá, cientos de madonas, cientos de santos de aureola brillantemente dorada te miraban desde los cuadros, en un recorrido interminable de obras maestras, obras menos maestras y obras “a la manera de”… Al cerrar los ojos, veía dorados por todas partes…

El síndrome de Florencia.

Existe en psiquiatría un síndrome que recibe el nombre de esta ciudad, en el cual el espectador, subyugado por tanto arte, emocionado ante tanta belleza, llega incluso a perder el sentido. Nosotros descubrimos la verdad sobre el síndrome de Florencia y no podía ser en otro sitio. No llegamos a perder el sentido, pero poco nos faltó en el palacio de los Uffizi. Contemplar El nacimiento de Venus o La Anunciación puede ser tan sublime que tus sentidos, extasiados, pueden fallarte, las rodillas aflojarse y la mirada nublarse… pero ocurre también que si estos cuadros de valor incalculable y belleza extrema se exponen a altas temperaturas, entre las transpiraciones de los visitantes, con un aire acondicionado arcaico y unos turistas desprovistos de agua al grito de guerra “no wáter”, lo mismo puede desmayarse un espectador, como puede derretirse un cuadro. No se trata tanto de la sublimación del arte, sino de las condiciones en las que se exponían las obras, al menos en el año 2011, cuando nosotros visitamos la galería. Desconozco si en la actualidad han solucionado este lamentable problema. Después de estar al borde del desmayo, llegamos a la azotea del edificio donde el bar daba refrescos a precios desorbitados y todo el mundo comentaba el calor sofocante del museo, mientras admiraba las maravillosas vistas a la torre del Palacio Vecchio cuyo reloj señalaba las horas desde su posición privilegiada.

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Vistas del Palacio Vecchio desde la terraza de los Uffizi.

En la colección había algunas piezas ausentes, que se explicaban con una pequeña fotocopia en blanco y negro de mala calidad con una fotografía indescifrable y un letrero que decía que estaba en restauración (cosa nada extraordinaria  teniendo en cuenta las condiciones que soportaba) o en préstamos (seguramente muy agradecida de haber salido del clima caluroso del palacio).

Antonio miraba extasiado El Nacimiento de Venus.  La famosa obra exhibía todos sus colores y el trazado primoroso de Boticcelli haciéndote comprender por qué los genios siguen siendo admirados y no pierden su magia con el paso de los siglos. Junto a ella había una versión en yeso para que los invidentes pudieran acariciar los pliegues de la fina tela de Venus, su pelo ondulante al viento… 

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De Sandro Botticelli - Adjusted levels from File:Sandro Botticelli - La nascita di Venere - Google Art Project.jpg, originally from Google Art Project. Compression Photoshop level 9., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=22507491
El Nacimiento de Venus. Boticcelli.


Reliquias

Al salir del palacio de los Uffizzi fuimos corriendo a comprar agua. El anciano de la tienda cercana hacía su agosto cada día, mientras todos los turistas se agolpaban ante su puerta disputándose las botellas de agua a un euro que el buen hombre podía haber puesto a verdadero precio de oro, porque eran tan necesarias como en el desierto.

-¡Hay agua para todos!- decía sin dejar de sorprenderse ante la desesperación de los turistas.

Después de esconder la botellita muy bien escondida y que no volvieran a gritarme “no watter” en ningún otro lugar, acudimos a las Capillas Mediceas. Allí nadie nos gritó, nadie nos empujó y nadie nos mató de sed y calor. Reinaba un silencio respetuoso entre las paredes de mármol y las vitrinas con reliquias y más reliquias, trozos de hueso de cualquier parte del cuerpo de tantos santos y santas que parecía que no habría santoral suficiente para todos. En el piso de arriba se encontraban los imponentes sarcófagos y las estatuas de los Mediccis, esculpidas con la maestría de Miguel Angel.

La Anunciata.

Queríamos ver varias iglesias que se encontraban en los alrededores, pero, aunque dimos vueltas, seguimos el mapa y nuestros pies se esforzaron en seguir caminando, no conseguimos dar con ellas.

Donde no nos fue difícil llegar fue a la Plaza de la Anunciata, un lugar que originariamente fue bello, con un gran mercado en el centro con toda clase de objetos para los turistas. Pero los soportales me horrorizaron. Estaba todo increíblemente sucio, con excrementos de palomas que formaban estalactitas gigantes a tu alrededor. Orgullosas de su obra, las palomas, volaban casi a tu lado, sin temor, haciéndote saber que aquellos portales eran suyos y que te habías adentrado en el territorio vetado a la limpieza.

Después comimos en una de esas terrazas que tienen las pizzerías florentinas, sobre una tarima de madera junto a la carretera. Pedí un plato de canelones y efectivamente podemos hablar en plural porque se trataba de dos canelones cobrados a precio de oro, pero al menos el baño estaba limpio y no era demasiado antiguo.
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Mercado en la plaza de la Anunciata.


Diario de viaje: Florencia y Pisa IV. El David original, una torre robada y el atardecer en el puente Vecchio.


Lee también Diario de viaje Florencia y Pisa: Parte I (Una marquesa imaginaria con miedo a volar), parte II (El Duomo sin Síndrome de Florencia) y parte III (David, la Galería de los Uffizi y la Capilla Medicea).


¡No photo!

Acudimos a la Galería de la Academia con nuestro pase que nos permitió saltarnos la considerable cola que se agolpaba en la puerta. No faltó el “no water”, pero aprendida la lección, nuestras botellitas de agua se guardaron a buen recaudo para no repetir la mala experiencia.

La Galería de la Academia nos gustó mucho. Las esculturas y los cuadros eran admirables aunque, exceptuando a Miguel Ángel, ninguno llegara a la categoría de los Uffizi.

Al final del pasillo donde nos miran los personajes cincelados con maestría, bajo una bóveda de casetones, nos encontramos con el David original, grande, majestuoso y bello, impasiblemente sereno ante la mirada de decenas de personas. Una emoción me recorrió el cuerpo y una sonrisa se dibujó en mis labios. Era la obra de un genio y genial se mostraba.

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https://es.wikipedia.org/wiki/David_(Miguel_%C3%81ngel)
David. Escultura de Miguel Ángel.

-¡¡¡¡¡No Photo!!!!- me sobresaltó una mujer pequeña y gorda, que venía caminando apresuradamente hacia mí. Pero no, no era yo quien había acaparado su atención, ya que no había sacado ninguna cámara, se trataba de uno de los turistas que se encontraba a mi izquierda. La expresión iracunda y la boca exageradamente fruncida hizo que el extranjero se excusara.

Yo la miré sin terminar de  comprenderlo. ¿Cómo que no podían hacerse fotos? Era una escultura de mármol que no iba a sufrir daños por un “clic” de la cámara, ni por un millón de “clics”.

-¡No photo!- volvió a gritar dirigiéndose a otro turista.

Alguien sacó un móvil.

-¡¡No photo!!- exclamó acudiendo con paso menudo y apresurado hacia el siguiente espectador. Todos la miramos, unos con indignación y otros con mueca divertida. En aquel momento no pensé que ese era su trabajo, solo me sentí terriblemente molesta por la incomprensible exigencia del museo. Sudorosa y enfadada, miraba a todas partes. Ahora lo recuerdo y siento una punzada de lástima.

En las siguientes salas había una exposición temporal de un artista que hacía esculturas a la manera romana. Y en esta ocasión doy fe de que “a la manera” no era una mera suposición, sino un trabajo lleno de maestría. Cientos de bustos, torsos y piezas completas nos observaban desde las estanterías, desde las vitrinas, a pie de sala, tallados en un mármol blanco impoluto. Me parecieron unas obras magníficas.

Después tuvimos que pasar, obligatoriamente, por la tienda, donde vimos infinidad de fotografías de David a un precio prohibitivo.

Pero no podía marcharme sin ver de nuevo a mi estatua favorita. No quería despedirme de David, pero tuve que hacerlo, prometiéndole que no lo olvidaría.

Una torre robada.

Al entrar en el Palacio de los Medici un gran patio de columnas corintias y de esculturas renacentistas te saludan alegremente. Sus salas son bellas y majestuosas, casi te parece ver a cualquier miembro de la familia paseando despreocupadamente por algún pasillo, sentado en uno de los hermosos sillones o traspasando las innumerables puertas. El salón de bailes es ahora una gran sala de conferencias llena de espejos pintados con profusa vegetación y amorcillos que parecen saludarte cuando enmarcan tu reflejo. El techo representa el mismo cielo con sus ángeles revoloteando entre nubes.

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Plaza de la República.
Todo era precioso en el palacio. Pero cuando fuimos a los servicios nos llevamos la gran decepción. Digo mal, porque no eran “los servicios”, era el servicio, en singular, solo uno para todo el público. Uno solo, el típico váter-bidé, completamente asqueroso y repugnante.

En la Plaza de la República un arco del triunfo asiste a la incesante actividad que rodea el carrusel de caballos de madera, mientras un inspirado grupo de jazz toca melodías que recorren el aire.


Eva y yo nos sentamos en un banco para tomarnos tranquilamente uno de esos ricos helados italianos. En una de las esquinas de la Plaza descubrimos el Hard Rock Café Florencia.

Al recorrer la plaza descubrimos una maqueta en hierro de la ciudad donde se distinguían la cúpula del duomo y las torres más importantes de Florencia. Sin embargo, algo no cuadraba. A primera vista no podía apreciarse, pero algo fallaba en aquella representación de la ciudad.

-¡Falta el campanile!- dije señalando la cúpula del duomo huérfana de su compañero inseparable -¡Han robado el campanile de Giotto!

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Maqueta de Florencia sin el campanile.

Cerca de la plaza había otro mercado, el ajetreo del día se aplacaba mientras los comerciantes desmontaban sus tenderetes apresuradamente. Una cola de turistas se fotografiaba con una estatua de bronce. Nos acercamos a ver qué esra y descubrimos un jabalí con el hocico degastado por la amable caricia de todos los visitantes que esperan que aquel gesto los haga volver a Florencia. Eva y yo nos fotografiamos con él aunque desconocíamos la leyenda y no entendimos el letrero en italiano que estaba a sus pies.

Pasamos de nuevo por la Plaza de la Señoría y observamos al gemelo de David, resistiendo impasible los flashes de los turistas.

Atardecer en el Puente Vecchio.

Antonio nos contó que el día anterior había visto el atardecer en el Puente Vecchio, uno de los lugares más hermosos para contemplar como llega la noche.

Encaminamos los pasos hasta el Puente de la Trinitá y desde aquí hicimos fotografías al Puente Vecchio lleno de turistas. Después nos acercamos hasta allí. Casi todo el puente está lleno de joyerías. Es triste pensar cómo la repetición de ese anochecer mágico a orillas del río se ha convertido en monotonía para los comerciantes, que colocan placas de hierro sobre sus escaparates y los cierran al modo antiguo, ajenos al espectáculo de las nubes rosadas y la brisa fresca que acompaña a los asistentes. Cientos de personas sonrían sobrecogidas al anochecer en el Puente Vecchio. Un músico tocaba con su guitarra, al cantar una canción española, la falta de acento lo delataba. Nos habíamos tropezado con un artista español a orillas del Arno, pero pronto descubrimos que otros paisanos charlaban y reían tranquilamente en aquel atardecer.

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Puente Vecchio.

Tropezamos con un pequeño bar en el que servían pizzas al corte y comías sentada en la barra, mirando las fotos del famoso Totó, que daba nombre al establecimiento.

Después volvimos sobre nuestros pasos hasta el Duomo y nos comimos un helado sentados en la escalinata, de espaldas a la fachada de aquel hermoso edificio.

De vuelta al hotel descubrimos que lo único que habían hecho era la cama, porque los “paños de cocina” solo habían sido doblados y colocados de nuevo en los toalleros y las migas de pan del bocadillo de la noche anterior seguían en el suelo.

Me acosté y, a pesar de todas las maravillas que había visto durante el día, al cerrar los ojos seguían deslumbrándome los dorados de las madonas de los Uffizi.

Cuando no encuentras tu obra de arte favorita donde debería estar.



Cuando hacemos un viaje cultural esperamos contemplar en persona aquellos edificios, palacios, catedrales, fuentes, plazas, esculturas o cuadros que hemos visto tantas veces en postales, libros, documentales y guías. Pero, rara vez,  nos planteamos la posibilidad de no encontrarlos allí. Sin embargo, esto es una realidad de la que dan fe millones de visitantes a lo largo de los años.

Creo que todos estamos de acuerdo en que los cuadros, las esculturas, los edificios, deben ser restaurados y limpiados cuando los expertos lo crean necesario para poder seguir disfrutando de ellos. Tenemos el deber de legarlo a las generaciones venideras, igual que las anteriores nos los han entregado a nosotros y perpetuar en la historia esas maravillas para memoria y admiración de toda la humanidad. Las obras de arte se convierten en un bien que nos pertenece a todos, independientemente del país en el que se encuentren. Se podría decir que para ellas no existen fronteras ni temporales, ni físicas.

El ejemplo que nos puede venir a la cabeza más fácilmente es el de ir a ver ese cuadro tan famoso y extraordinario que la guía de viajes te asegura que se encuentra en el museo de la ciudad que visitas y, al buscarlo, compruebas que está prestado para una exposición temporal, está en restauración o la sala se encuentra cerrada… ¿Os imagináis llegar al Museo del Prado y no encontrar Las Meninas? Tranquilos, esto es muy difícil que ocurra ya que las obras más emblemáticas de los museos son imprestables.

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Medidas de seguridad en la actualidad alrededor de la Gioconda.
Museo del Louvre.
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https://es.wikipedia.org/wiki/Vincenzo_Peruggia
Hueco que la Gioconda
dejó en la pared tras su robo.
Quizá penséis que una decepción semejante sufrieron los visitantes del museo del Louvre cuando aquel agosto de 1911 descubrieron que la Gioconda había sido robada. No, este no es el caso, ya que, por sorprendente que nos parezca hoy en día, la Gioconda no era, ni muchísimo menos, la pintura más famosa del mundo, ni la gente hacía cola para verla. Fue, precisamente, su robo lo que la hizo adquirir su popularidad y convertirla en icono para el común de los mortales. Cuando se hizo público el robo del cuadro de Leonardo el museo registró el mayor número de visitantes y, entonces sí se formaron largas colas, pero no para contemplar la Gioconda, sino para ver el hueco que había dejado en la pared…

Los libros, las guías y los blogs de viajeros están llenos de referencias a sus visitas a los museos y el hecho de encontrarse con la desagradable sorpresa de que tal cuadro no está en la exposición. Esto es relativamente frecuente. Ya nos había pasado a nosotras en la Galería de los Uffizi en Florencia (septiembre de 2011) y en la National Gallery de Londres (septiembre de 2018) donde la sala de la Virgen de las Rosas de Raphael estaba cerrada y, según habíamos leído, en este museo es bastante frecuente encontrarse salas cerradas. 

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Exterior de la National Gallery. Londres.

Pero el caso más chocante que hemos visto personalmente fue el del Museo de Arte Antiguo de Bruselas donde casi la mitad de la colección estaba prestada a diferentes exposiciones (junio de 2018). En estas ocasiones te llevas la decepción de no poder contemplar la obra y la sensación de dejadez al ver, en lugar de uno de tus cuadros preferidos, una fotocopia pequeñita en blanco y negro y de muy mala calidad.

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Así se veían algunas de las paredes del Museo de Arte Antiguo de Bruselas
en junio de 2018, con las obras prestadas o en restauración sustituidas por fotocopias.


Otro caso sorprendente que nos hemos encontrado en vivo y en directo de estas ausencias fue en Gante (junio de 2018) donde al ir a ver el famoso políptico de la Adoración del Cordero Místico, que ostenta el triste récord de ser la obra más veces robada de la historia, te encuentras que está ubicado en su propia capilla dentro de la catedral de San Bavón (la catedral es gratuita, la sala del Cordero Místico, no) con un panel explicativo de las diferentes partes del retablo antes de pasar por caja… Pero, en esta ocasión, también te contaban que estaba siendo restaurado por lo que una de las tablas no era la verdadera, sino una copia de alta calidad, pero que no te dirían cuál.  Entrada sí te cobraban, por supuesto, pero te dejaban con la incertidumbre de si habías visto el Cordero Místico en realidad o habías tenido la mala suerte de que estuvieran restaurando precisamente la parte central y más importante de la obra el día de tu visita. 

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https://es.wikipedia.org/wiki/Pol%C3%ADptico_de_Gante
Políptico de Gante.
La parte más importante y conocida es la del Cordero Místico en la parte inferior central.

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Reproducción de la tablilla
del poema de Gilgamesh.
Y entonces te preguntas ¿es mejor que te pongan una fotocopia en blanco y negro o que te sustituyan una parte con una copia sin revelarte nunca si viste la original o la falsa? Creo que lo más honrado sería hacer una buena copia pero aclararte que lo que estás viendo es una reproducción. La sensación de tristeza no te la quita nadie (como a mí cuando vi la copia de la Tablilla de la Inundación del poema de Gilgamesh, la obra épica más antigua conocida, en el British Museum, porque la original estaba siendo restaurada), pero, al menos no te queda la duda de si te están engañando.

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